Seis

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No pasó mucho tiempo y Adrián llegó a casa. Eran las nueve de la noche y todo estaba a oscuras. Menos por una lámpara en la cocina, Max estaba sentado allí con una taza de té y el periódico.

Evelin se había encerrado en su habitación abrumada por el susto, la languidez y algún que otro sentimiento encontrado al igual que ocurrió con Max, pero por supuesto no hablaron de ello.

Evelin le había pedido discreción para con Adrián. Recordándole lo que le había contado esa misma mañana, sobre que ella prefería guardarse los malos episodios; aquellos que su padre no tenía la desventura de presenciar.

—Pero entenderé si te niegas —le había dicho.

Después de agradecer profusamente por haberla salvado de una dolorosa caída, se marchó.

Max lo pensó mucho y al final decidió que Evelin tenía razón, era mejor no decírselo a Adrián. Lo que lo llevó a pensar en que si ya habrá pasado algún episodio como este, completamente sola y a merced de la suerte. ¿Cuántos de estos episodios ya se habrá guardado para sí?

Ojos que no ven corazón que no siente, eso hacía Evelin con su padre. Grande era su nobleza y pesada su carga. Pero Max no pudo evitar ponerse en el lugar de Adrián, pensando en la angustia en la que habrá de vivir cada día por su hija. No obstante, sabía que Adrián no sufría por él mismo, sino por conocer el yugo de Evelin y no poder aniquilarlo.

No había ni un palmo de egoísmo en aquella casa.

Max inventó una disculpa ante Adrián para explicar la ausencia de Evelin desde esa hora.

—Estaba cansada, hemos caminado mucho hoy —dijo tan solo.

—Sí, las caminatas le pesan.

Adrián anunció que al día siguiente Max debía acompañarlo al hospital para así presentarlo al director y al resto de la plantilla en la junta general, la reunión estaba programada a primera hora de la mañana, puesto que la semana siguiente, el lunes uno de julio, Max deberá incorporarse oficialmente a la plantilla del hospital.

—¡Es una noticia genial Adrián! —agradeció efusivo—. ¿Cómo puedo agradecerte todo esto?

—Por un amigo se hace lo que sea. Y por un camarada, lo imposible. Eres un gran chico Max. Confío en ti —finalizó su breve oratoria con un apretón en el hombro de Max y subió a su habitación.

Max había insistido; ante una obstinada Evelin, en recoger él solo todo antes de que llegara su padre. Las sábanas hechas un ovillo las había tirado al suelo cuando vio a Evelin tambalearse adormecida en la escalera. A ella se le cayeron las toallas que traía en brazos, desparramandose sobre los escalones.

Recordarlo ahora lo hacía sentir como si zozobrara en un profundo y oscuro océano. Y no creyó que fuera justo sentirse así siendo Evelin la que había caído en una inconsciencia absoluta, sabiendo perfectamente que corría el riesgo de no volver a despertar.
¿Quién era él para usurpar el lugar protagónico en medio de aquella noche escabrosa?

Max estaba absorbido por una honda pesadumbre que no le permitía levantarse de la silla y subir a su habitación. Sin embargo ella tuvo el valor suficiente para alejarse y encerrarse y así evitar contagiar mayormente con su aflicción.

Finalmente supo por qué no podía subir. Lo que miraba con suma insistencia, no era el periódico delante de suyo, no estaba él para prestar atención a nada más. Miraba la puerta doble apenas alumbrada al otro extremo de la estancia. Ella estaba ahí. Hacía poco más de media hora que se fue. ¿Cómo estará?

Acaba de enfrentarse a la muerte. Esta había tirado de ella escalera abajo. Aprisionó su corazón durante los más infernales seis minutos y medio que Max jamás olvidará y aún así, ella estaba en una habitación encerrada, incapaz de ver siquiera a su padre; delante de quién seguramente habría sucumbido sin duda al anhelo de recibir consuelo, así como durante un breve instante hizo con él.

Maestro en el Silencio [Disponible en físico]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora