Diecisiete

307 44 12
                                    


Adrián permaneció en silencio un momento, luego construyó en el rostro una mueca de disgusto.

—¿Por qué León no me lo ha dicho?

—Esto es cosa de Evelin. No pretendía abrir la boca hasta que llegara mi padre —comentó con desconcierto—. A mi solo me lo ha dicho en un intento de persuadirme para que dejara de plantearle la idea de estar juntos —contó cabizbajo—. Se negó en rotundo. Discutimos y se marchó de casa.

—¡¿Que la dejaste ir sola a pesar de lo que sabías?!

—Sí —reconoció la culpa dolido—. Tardé quince minutos en ir tras ella. Y para cuando llegué ya la encontré inconciente —confesó.

—¡Pero cómo se te ocurre dejarla ir sola! —reprochó Adrián.

<< Eso mismo me dijo Laila cuando llamó para gritarme. >>

—Lo sé. Soy idiota.

—Evelin es muy inestable y lo sabes Max —reprendió.

—No sabes cuánto lo lamento —cerró los ojos negando con la cabeza—. Intenté que se quedara pero es muy cabezota. Lo lamento con el alma Adrián.

El doctor Belmonte calló y caviló sus palabras, veía a Max realmente apenado.

—En eso te doy la razón. Evelin es muy obstinada cuando se lo propone.

Max se volvió hacia Evelin y contempló su sueño. Estaba sumida en la más dulce inconciencia,  y sin embargo la realidad es que estaba allí retenida por el mal que es parte de ella.

Uno del que no quiere que nadie más forme parte. Aunque pensándolo bien; ese gesto suyo también demuestra sus buenos y generosos sentimientos.

De un modo extraño y irritante, pero lo hace.

—No la dejaré sola nunca más. Aunque me eche a patadas de su lado

Permanecieron en silencio observando a la paciente. El monitor marcaba un regular y tranquilizador compás que inundaba toda la habitación.

Y media hora después, Evelin al fin empezó a moverse. Los dos hombres la observaban expectantes.

Ella continuó con los ojos cerrados. Pero ahora dormía con la respiración continua y apacible.

—Deberías marcharte a casa Max. Son más de las once. Es muy tarde. Yo me quedo con ella.

—Me gustaría esperar a que despierte.

—Mañana tienes trabajo —aseveró Adrián.

—Lo sé; pero...

—Te llamaré si hay algún problema. —Lo cortó—. Llévate mi coche —buscó en su bolsillo y le alcanzó la llave—. Está donde siempre.

Max no quería irse, le importaba un bledo si no dormía. Es más; sabía perfectamente que no pegaría ojo esa noche. La pasaría en vela pensando en ella, como un adolescente de quince años que piensa en la chica de sus sueños.

Pero en su caso la chica de sus anhelos estaba ingresada en un hospital con el corazón muy débil. No sería fácil estar lejos de ella.

Aunque podría dar un buen puñado de argumentos con los que justificar su intención de quedarse a pasar la noche en el hospital; no lo haría. Porque había fallado a Adrián en su promesa y no iba a darle más disgustos llevándole la contraria.

—Hasta mañana —musitó mirando a Evelin una última vez.

Y así como lo predijo; ocurrió.

Maestro en el Silencio [Disponible en físico]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora