"No parecías un chico malo"

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Hacía buen día. Abrí la ventana de mi habitación, bostezando, apoyándome luego con pereza sobre el alféizar. Pude ver a la vecina de en frente correr en pijama, con una sartén en la mano, tras su marido. Él, por su parte, huía a una velocidad endiablada, batiendo probablemente todos los récords; jamás había visto un par de piernas de un borracho tan ágiles en mi vida. Me permití reírme un poco antes de retirarme hacia el interior de la habitación para buscar ropa que ponerme. Tenía que revisar el móvil, también, aunque no me apeteciese tener que hacerlo todo de golpe. Abrí el armario con ambas manos, esperando que probablemente me cayese un pantalón en la cabeza, pero la recibida fue bastante buena; estaba desordenado, pero al menos no me había caído un montón de ropa encima. Pensé en un primer momento en ponerme lo primero que me agradase a la vista, pero recordé que esa misma tarde tenía un compromiso que se me antojaba importante. Lancé un par de pantalones y camisetas al suelo y, tras un largo período de duda, acabé cogiendo el conjunto que más adecuado me parecía.
“Ah... Supongo que esto vale.”
Me dije, vistiéndome con lentitud. No había prisa, no mucha; no hasta que me giré y vi el reloj, que daba las dos.
“¿Qué...?”
Tuve que tomarme un par de minutos para analizar lo que estaba viendo.
“¿Las...? ¡¿Cómo que las dos?!”
Me di cuenta entonces de que no tenía tiempo ni para comer bien. Me calcé y salí corriendo hacia la cocina donde, a falta de inspiración culinaria, me hice un bocadillo que me comí luego a prisa. Aún me sorprende no haberme antragantado.
Debía ir caminando hasta donde habíamos decidido vernos, pues a aquella hora el autobús no pasaba por ninguna parada cercana. El tiempo era oro. En cuanto estuve preparada salí a prisa de casa, dándome cuenta de que repentinamente era yo la que podría ser vista huyendo de casa a una velocidad vertiginosa.

Me sentía... Acosada. Llevaba mucho tiempo sin ponerme un par de pantalones cortos, mucho menos un top, al menos para salir de casa. Por la recibida, deseé no habérmelos puesto bajo ningún concepto. Tras haber escuchado un par de piropos especialmente desagradables por parte de un hombre de unos treinta años, decidí acelerar el paso. Estaba ya cerca de la parada, pasaban de las cuatro, y no podía hacer más que rezar por que él estuviese ya esperándome. Cuando finalmente torcí la esquina pude verle, sentado en la marquesina. Sonreí al verle alzar la mirada para mirarme, quizá porque había escuchado el repiqueteo de mis tacones bajos contra la acera. Fuese como fuere, jamás me había sentido tan alegre de encontrarme con alguien.
—¡Johnny! —Exclamé, alzando la diestra hacia él.
De forma completamente repentina, la expresión de su rostro tomó un matiz mucho más serio, completamente amenazante. Tardé más bien poco en comprender sus motivos cuando sentí una mano desconocida dejando una palmada sobre mi trasero, con descaro.
—¡Eh, viejo verde! ¡Ven, que te cuento una cosa! —Fue cuanto le oí gritar al verle salir disparado hacia el hombre.
Antes de que pudiese analizar sus movimientos, ya estaba golpeándole. Quizá fuese el cansancio, las horas que debería haber dormido y no quise, pero no le había visto tan siquiera alzar el puño cuando vi al desconocido retroceder con las manos en la cara. Pude oír un quejido, una amenaza por parte del que se suponía que era mi acompañante y luego vi a aquel individuo salir corriendo. Sentía que aquel día todos nos habíamos compinchado para correr sin descanso.
—Wow. —Solté, sin pensarlo. No podía razonar.— No parecías un chico malo.
—Y no lo soy. —Pareció necesitar apresurar su respuesta, como si temiese amedrentarme de algún modo.— Pero no voy a quedarme aquí con cara de idiota mientras un viejo verde va por ahí manoseándote, ¿no?
—Tienes razón. ¿Entonces, eres un héroe?
—Soy alguien con sentido común. Eso es todo. —Soltó, frotándose la nuca.
Ambos nos echamos a reír, casi al unísono. Me sentía repentinamente protegida, como si nadie pudiese hacerme daño en aquel momento. Como si las cosas malas ya no existiesen sobre la faz de la Tierra.
—Entonces, ¿a dónde quieres ir? —Su voz me despertó del trance en que me había sumergido, haciéndome sacudir la cabeza.
—¿Eh? Ah... No sé. Hay un bar cerca de aquí que sirve un chocolate a la taza delicioso.
Sus ojos parecieron iluminarse al escuchar la palabra "chocolate", como una reacción sistemática. Me cogió de la mano sin demasiado reparo para tirar suavemente de mí, con ciertas prisas. Me sonrojé, sé bien que lo hice, pero procuré seguirle el ritmo y no manifestar demasiado la vergüenza que comenzaba a consumirme por dentro.

Tardamos poco en llegar. En cuanto entramos él corrió a sentarse en una mesa, como un niño que entra por primera vez en lo que se volverá su heladería favorita, y yo fui con él. En cuanto el camarero nos atendió, para mi sorpresa, me permitió pedir a mí primero. Pidió él luego y, en cuanto el hombre se retiró, nos dedicamos a charlar con alegría. Parecía entusiasmado y sentía que poco a poco estaba logrando contagiarme su felicidad. Nos pasamos así el tiempo que los chocolates tardaron en llegar, perdiendo la noción del tiempo. Tal era nuestro grado de implicación en la conversación que incluso cuando nos sirvieron lo que habíamos pedido tardamos en centrarnos en algo que no fuesen las palabras del otro.
Durante el tiempo que pasamos tomándonos el chocolate, todo transcurrió sin incidentes. Él estaba relajado y yo también, pero algo perturbó inesperadamente el ambiente.
—Mierda. —Fue cuanto dijo antes de cubrirse el rostro a duras penas con el cuello de su cazadora.
—¿Qué pasa, Johnn...? —Sentí cómo uno de sus dedos índices se posaba sobre mis labios, pidiendo silencio.
—No digas mi nombre. —Rogó, en un susurro.
—Vale. —Accedí sin pensármelo demasiado. Tomé aire e inquirí de nuevo.— ¿Qué pasa?
—Mi ex. Acaba de entrar. Por la puerta. Justo ahora.

✎ C o n t i n u a r á  ❦ ✎

Para mí. ✎ Johnny 「NCT 127」 fanfic.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora