Aún recuerdo el día en que mis ojos sangraban la amarga ausencia de su despedida, esa gruesa y espesa nube sin sabor dejó un adiós que sonó días interminables en mis oídos, el miedo que se repitiera estuvo presente en mis ganas muertas de amar hasta aquel día en que te vi, al otro lado del lugar esa grande y hermosa sonrisa derritió la delgada estela que cubría mis ojos, esa negra estela que obstruía mi vista no me permitía admirar la hermosura de cada rayo de luz que brillaba en ese lindo rostro que fijaba su vista en mi.
Parecía casi imposible creer real la sensación natural que producía tu mirada, desde ese primer segundo percibí perfecto cada movimiento y cada sonido que producía tu cuerpo. Cada curva visible era un infinito éxtasis a la vista.
Desde ese día supe que cada acelerado latido y cada sonrisa imborrable no era provocado por cualquier persona.
Desde ese día supe y decidí pasar el resto de mi vida a tu lado.
Desde ese día te doy las gracias.