Storybrooke

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-Buenos días...- murmuró la alcaldesa

Emma sonrió solo de escuchar esas palabras. Aún no había abierto los ojos, pero Regina sabía que ya estaba despierta, su respiración se había hecho menos pesada. La rubia se acercó aún más a su compañera, hundiendo una vez más su rostro en su cuello. Los brazos que la rodeaban de manera protectora le dieron la impresión de que podría enfrentarse al mundo entero. Y deseaba quedarse ahí para la eternidad. Al hilo de sus pensamientos, su mano se había perdido en los mechones morenos, apreciando la dulzura de ese gesto mañanero.

-Buenos días- acabó por responder al cabo de varios minutos.

-¿Cómo te encuentras?

-Increíblemente bien- respondió con una facilidad que la desconcertó. Porque por primera vez desde hacía tiempo, era verdad –Podría quedarme así toda la vida.

-Emma...Me habías dicho que ya no nos íbamos a mentir- intentó decir con voz grave

La susodicha alzó la cabeza y abrió los ojos por primera vez esa mañana, frunciendo el ceño ante la respuesta de la alcaldesa. Una ligera punzada de angustia azuzó su corazón, y le cortó brevemente la respiración.

-Tu estómago no soportaría vivir sin comer- precisó ella riendo

Emma hundió de nuevo su cabeza sobre el hombro de Regina riendo, y golpeó delicadamente la cabeza de esta para castigarle por haberle dado ese susto matutino. Se había tranquilizado.

-Tengo un hijo, sabes...- comenzó ella con misterio –Podríamos explotarlo para que nos trajera el desayuno a la cama.

-¡Emma!- hizo como que se enfadaba, golpeándole ligeramente, a su vez, el hombro.

Esta alzó de nuevo la cabeza, riendo por sus tonterías. Pero cuando hundió sus ojos en los de Regina, se calló inmediatamente. Ella era hermosa. Increíblemente hermosa. Ayudándose con sus codos, se acercó como pudo a la alcaldesa y la besó delicadamente.

-Buenos días- repitió Emma más seriamente

-Buenos días- sonrió de nuevo la morena, deslizando su mano por la mejilla de su compañera.

-Regina...Quiero vivir esto todas las mañanas.

Ella asintió, conmovida por esa confesión, sintiendo ya las lágrimas hacer aparición en sus ojos. Las cosas, definitivamente, habían cambiado, era un hecho incontestable. Sentía que se habían hecho esfuerzos para abrirse, para no esconderle sus sentimientos y ser completamente transparente con ella. Pero era extraño ver hasta qué punto hoy en ese momento preciso todo parecía sencillo.

Se besaron otra vez. Como si se tratara de la última vez...o por el contrario, la primera.

-¿Mamá?

La puerta se había abierto sin que las dos mujeres se hubieran dado cuenta. En el marco de esta, Henry tenía la cabeza inclinada hacia un lado y observaba la escena que se desarrollaba ante sus ojos. De repente, Emma se había alejado de la morena, sorprendida ante la llegada inesperada de su hijo.

Cierto, había hablado mucho con Regina...pero nunca habían llegado a un acuerdo concerniente a Henry. Fingir no era una solución viable ya que era evidente que su hijo había visto todo.

-Henry, yo...

-¿Puedo quedarme yo también en la cama con vosotras? No tengo ganas de ir al cole- cortó él caminando hacia la cama y trepando a ella.

-No es razonable, jovencito- sonrió ella apartándose de Regina para dejarle espacio entre las dos.

Y fue tan sencillo como eso. Él no ha había hecho preguntas, no había hecho ningún comentario. Todo era normal. Se echaron boca arriba y se quedaron mirando el techo, uniendo sus respiraciones sin ni siquiera darse cuenta. Delicadamente, Henry había agarrado la mano de su madre, pero también la de Regina, uniéndolas sobre su propio vientre. El gesto quizás era anodino, pero significaba mucho.

Por nuestra segunda oportunidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora