El pasado

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Tres días más transcurrieron sin que Graham diera noticia. Durante esas largas cuarenta y ocho horas, las dos mujeres no lograron vivir con naturalidad y cuando se veían por la noche tras sus respectivos trabajos, hablaban poco. Se dormían una al lado de la otra sin un beso, sin sus manos entrelazadas, sin tocarse. Cada noche, Emma se había despertado presa de terribles pesadillas y salía de la habitación para ir a tomarse un chocolate caliente al banco del jardín, como en sus comienzos en la mansión. Regina, por su parte, se daba cuenta enseguida del sitio vacío a su lado, se despertaba llena de dudas, pero tomaba la decisión de no irse a juntar con la rubia, como sin embargo hacía desde los primeros días. Las dos tenían miedo.

Esa mañana, cuando Emma, que llevaba despierta desde altas horas de la madrugada, había preparado ya el desayuno y ambas estaban comiendo en silencio, tocaron a la puerta. La rubia se tensó instantáneamente y las lágrimas aparecieron en los ojos de la alcaldesa. Ambas sabían que ese día cambiaria todo.

Regina se había levantado tras algunos segundos para ir a abrir, Emma tras sus pasos, manteniendo las distancias.

-Buenos días, señora alcaldesa- saludó Graham que estaba ahí, de pie, en uniforme perfectamente planchado y el arma reglamentaria a la cintura –Emma...- dijo al ver a la rubia tras Regina, que se acercó entonces a la puerta –Hemos encontrado a alguien que...

-¡Emma!-

El sheriff no tuvo tiempo de terminar su frase cuando un hombre salió del coche patrulla, con lágrimas en los ojos, gritando el nombre de la rubia. Y entonces, como un flash que le atravesara el cerebro, la rubia se acordó inmediatamente del que se encontraba a pocos metros de ella.

-¡David! ¡Oh, Dios mío, David!- dijo ella mezclando las lágrimas con las palabras.

Con un gesto puramente instintivo, los dos echaron a correr, el uno en dirección del otro, y Emma al llegar casi a su altura saltó a su cuello. El hombre, con un abrazo que parecía provenir de otro mundo de lo cargado de sentimiento que estaba, despegó a la mujer del suelo y la estrechó en sus brazos con fuerza.

Regina ya no se movía, ya no respiraba. Estaba confundida ante la escena que se desarrollaba ante sus ojos. Estaba dividida entre el placer de ver a Emma feliz por encontrar a alguien que parecía importante para ella, y terriblemente triste por verla escaparse tan rápido y tan fácilmente a los brazos de un hombre, particularmente guapo y que de verdad parecía emocionado al volver a ver a la rubia. Graham posó su mano sobre el hombro de la morena con una sonrisa, seguramente convencido de que la emoción de la morena era debida a su alegría de ver a Emma reencontrarse con las personas que había tenido a su alrededor en el pasado. Oficialmente, el cuadro que se dibuja ante ella era magnífico, oficiosamente le parecía un caos.

-Em, por dios, no puedo creerlo- dijo el hombre dejando a la rubia en el suelo, rodeando su rostro con sus grandes manos –Te...te creíamos...muerta. ¡Pero tú...estás aquí, viva!

Como toda respuesta, la rubia estrechó de nuevo al hombre entre sus brazos con una infinita ternura. La alcaldesa, aún inmóvil, sentía cómo sus dientes se apretaban. Esos gestos que la rubia compartía con ese desconocido eran gestos que Emma solo solía compartir con ella y con nadie más. Y ese apelativo con el que él la había llamado le recordó de forma impactante que ella no era sino un pequeño capítulo en la vida de Emma.

-David, yo...no me acuerdo de nada de mi vida de antes. Pero cuando te he visto, he tenido un flash y me acordé de ti- había dicho ella con rapidez, alejándose un poco de él –Pero todo es muy vago, yo...

-Ahora estoy aquí, voy a ayudarte a que recuerdes. Ya no estás sola, Emma...Estoy aquí.

Ante esas palabras, Emma tomó a David de nuevo en sus brazos para un abrazo interminable, realmente aliviada de que las piezas del puzle podían volver a juntarse. Necesitaba tocarlo, oler su perfume, aferrarse, finalmente, a su pasado y renovar lazos con él. Ante esas palabras y ese gesto, una lágrima que había contenido desde hacía rato se escapó de los ojos de Regina, que rápidamente la borró de su rostro con un movimiento brusco de la mano. Cuando ellos, finalmente, se separaron, la rubia se giró hacia la alcaldesa que aún estaba en el umbral de la puerta.

Por nuestra segunda oportunidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora