[19] Confesiones

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Confesiones

Había permanecido en aquel pasillo por lo que a ella le parecían horas, incapaz de moverse del suelo donde se encontraba sentada. Una parte de ella le decía que si se levantaba, rompería el hechizo momentáneo que ese rincón le proporcionaba y empezaría a llorar, y Hermione no quería volver a llorar. En los últimos meses tenía un cúmulo de motivos por los que sucumbir a las lágrimas, y aunque lo había hecho un par de veces, seguía negándose a creer que esa era la solución a sus desgracias. El frío la golpeaba con fuerza pero ella lo resistía lo mejor que podía, se sentía una miserable cobarde incapaz de afrontar sus problemas como solía hacer antes, cuando podía decir con orgullo que era una auténtica gryffindor.

Sacó un pequeño espejo del bolsillo, ese que su minúsculo instinto coqueto le obligaba a llevar siempre con ella, se miró temblorosa en él, empezaba a tener los labios morados por el frío. A regañadientes, se levantó despacio y sintió como sus huesos se encontraban totalmente entumecidos por la posición. Los moratones por consecuencia de la batalla empezaban a dolerle más que antes, tal vez era un buen momento para visitar la enfermería, pero no le apetecía. Se dirigió directamente hacia la sala común, donde podría encontrar refugio en un caliente y mullido sillón al lado del fuego, a estas horas ya nadie podía seguir en la caldeada estancia. Pronunció la contraseña y contempló el lugar con la vista cansada, encontró una melena pelirroja, muy lisa, sentada en un rincón con la vista fijada en el suelo. Parecía estar en trance, y realmente lo estaba.

Ginny Weasley llevaba años sin entender demasiadas cosas. No entendía porqué le gustaba el único chico que parecía no tener ojos para ella, tampoco entendía porqué tenía que ser la única mujer de siete hermanos, ni porque tenía que sentirse juzgada por ellos debido a los pasos que ella decidía tomar. Pero si había algo que la pelirroja no alcanzaba a comprender, eran los motivos que tendría Draco Malfoy para dejarse hechizar por ella sin oponer resistencia alguna.

Lo había analizado, le había dado mil vueltas y recreado la escena en su cabeza otras mil, y seguía sin llegar a una conclusión que no fuese una enajenación mental transitoria. Le gustaría poder preguntárselo, delatarlo delante de todos los demás, ponerlo en evidencia, pero si algo tenía claro de todo este lío, era que el joven slytherin tenía demasiada influencia y solo podía salir perdiendo.

¿Cuál era ahora el siguiente paso? ¿Tal vez debía espiarlo? ¿Contarle la verdad a los demás? Ronald pensaría que está loca, realmente no quería tener que aguantar a su hermano.

—¿Ginny? —Hermione sonó más preocupada de lo que pretendía cuando decidió interrumpir sus pensamientos, no quería asustarla, solo hablar con ella. La susodicha levantó la vista, sorprendida, pero tranquila al comprobar que solo se trataba de Hermione. —¿Te encuentras bien?

Se acercó a su amiga y se sentó justo en frente de ella. Con cuidado tomó su mano y se la acarició, no sabía muy bien porque lo hacía pero presentía que su amiga necesitaba ánimos. Al igual que Ron, ella también había notado el extraño comportamiento del que había hecho gala su amiga durante la batalla en el ministerio de magia.

—Dejame adivinar ¿Has discutido con Ron, verdad? Le dije que te dejase tranquila, pero es demasiado cabezota.

—A veces no me deja respirar tranquila, no sabía como explicarle que no me pasaba nada —Confesó, un tanto avergonzada pero poco dispuesta a dar su brazo a torcer. —De todas formas, si le dijese la verdad no me creería.

—¿Y por qué no lo intentas conmigo? Yo si te creeré —Le aseguró, sonriéndole sin soltarle la mano, pero Ginny negó fervientemente con la cabeza. Había una profunda incomprensión en su rostro plagado de pequeñas pecas que atraía a Hermione.

Entre Clases [Dramione]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora