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-¿Está segura princesa? - preguntó el joven caballero que tan amablemente la escoltaba, Lord Whitewood

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-¿Está segura princesa? - preguntó el joven caballero que tan amablemente la escoltaba, Lord Whitewood. Esa era la cuarta vez que él le preguntaba lo mismo, como si fuera una mujer sin el cerebro suficiente para estar segura de lo que quería; en aquel momento beber limonada y librarse de aquel hombre.

Otro lamebotas real, quien solo bailaba con ella y soportaba su presencia por quedar bien con el Rey y ganarse su tan preciada amistad.

Si supieran lo que su padre opinaba de los lamebotas.

Después del maravilloso y casi soñado vals compartido con Charles, Mia había bailado con exactamente nueve caballeros. Condes, duques, marqueses y barones...se dedicó a contarlos mientras esperaba el momento propicio para escabullirse y dejar que sus pies descansaran.

-Así es, milord - respondió tratando de evitar el tono agrio en su voz. Estaba cansada de que la trataran como una muñeca de porcelana, fría y vacía. - Por algo se lo estoy pidiendo - no pudo evitar agregar, esta vez sonando un tanto exasperada. No pasó por alto la expresión de censura en el rostro de Lord Whitewood.

Ahora él parecía querer huir y alejarse de ella lo más pronto posible.

No pudo evitar sonreír divertida. Su padre estaría feliz, quizás en un mundo paralelo, de su habilidad para espantar a los caballeros más codiciados de la aristocracia.

En algún momento de su infancia había deseado fervientemente, e infantilmente suplicado a su ángel de la guarda, ser educada y refinada como Lady Alexa, la reina. Ella siempre parecía perfecta y nunca olvidaba algo tan simple como no poner los codos sobre la mesa al comer, además de siempre tener algo inteligente que decir...algo que causará el interés de los lores londinenses, pero luego de muchos intentos se había rendido, aceptando que ser parte de la realeza no era lo suyo.

Soltó un suspiro mientras tomaba un vaso de limonada y con suma delicadeza lo llevaba a su boca, estaba sedienta y si no estuviera en medio del salón de baile gemiría en aprobación al exquisito néctar que se deslizaba por su paladar.

-Si me disculpa, princesa debo ir a atender unos...asuntos- murmuró Lord Whitewood, esbozando una sonrisa forzada, era demasiado notorio, y huyendo lo más rápido posible.

Mia agito la mano en la misma dirección en la que segundos antes él se había ido prácticamente corriendo.

-Al fin - murmuró para sí misma, procurando mantener un tono de voz mínimo. Lo que menos deseaba era ser escuchada por alguna dama o matrona chismosa. Ellas abundaban y parecían tener oídos en todas partes.

-Veo que sigues empeñándote en espantar a todo ser que use botas y pantalones -.

Al oír aquello, una gran sonrisa se formó en su rostro. Reconocía perfectamente aquella voz a su espalda. Girándose se encontró con nada más y nada menos que con Charlotte Aldrich, o mejor dicho con Charlotte Rodhood. La flamante esposa de un conde.

Again [Royalty#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora