Prólogo. La Noche de las dos lunas

14.1K 1.4K 317
                                    

Sin que nadie lo esperase en Austen, porque hablamos de un pueblo en apariencia aburrido, a eso de las seis de la tarde el cielo se tornó de un extraño gris rutilante. Sin duda a la luna la ahogaría una tormenta.

Sin faltar una esquina, la calle Magnolias se entregó a la enlutada noche. Sólo una manceba mujer de sutil figura, piel blanquecina y cabellos largos y finos, caminaba con distinción y sin apuro hacía esa oquedad del pueblo. Era ocho de abril de mil novecientos noventa y cinco y todo alrededor de Yoshiko palidecía a comparación de su brillante kimono rojo estilo furisode. En contraste, su mirada de ojos cetrinos, aprisionaba el lúgubre dolor del desamor.

Yoshiko se detuvo en el umbral de la calle e indagó todo en confidencia con ella misma. No tuvo que buscar demasiado, su destino era la casa morada de la esquina. Se abrió paso entre los rosales y caminó hacía a la puerta. Ella no se iría sin entregar lo que llevaba en sus cansadas manos. Al llegar tocó tres veces y esperó. Segundos después, abrió la puerta una rubia y joven mujer; inmediatamente, Yoshiko trajo a su memoria el momento en que la vio por primera vez, bella y airosa caminando junto a su esposo por el centro del pueblo. Ese día advirtió que la mujer estaba embarazada. Yoshiko olvidó que ya lo sabía y esta vez la impresión fue mayor por ser más notable a simple vista.

La mujer miró a Yoshiko con temor e instintivamente colocó una mano sobre su vientre para proteger a su bebé. 

"Me reconoce".

Sin esperar más, Yoshiko se dirigió a ella:

—Konnichi wa —dijo con un tono pudibundo y buscó con la mirada el anillo de bodas que esta lucía en el dedo índice de su delicada mano.

—¿Qué hace usted aquí? —preguntó la otra, con voz desafiante.

Yoshiko la miró a los ojos. En ningún momento bajo la mirada delante de ella:

—Busco a Daniel Appleton.

—¡Déjelo en paz! ¡¿Acaso no le importa que él ya tenga familia?!

—¿Usted sabe quién soy yo? —preguntó Yoshiko sin perder la calma. Le sorprendió que en esa casa supieran de ella.

—Es evidente. No hay secretos entre Daniel y yo. Usted es... Yoshiko Nagata —La voz de la mujer tembló al dejarlo salir—, y acosa a mi esposo desde que él regresó a Austen.

"¿Acosa?", se preguntó Yoshiko.

—¿Él está aquí? Necesito verlo —insistió, sin importarle no ser bien recibida.

—¿Qué se supone que signifique eso? —preguntó airosa la otra—. Mi paciencia ya está al borde. No soporto esta situación. Váyase y no vuelva ¿Me oye? ¡No vuelva!

Es tan extraño el sentimiento del amor que, a pesar de que él ya no me ama, estoy aquí para ayudarlo, pensó Yoshiko.

—Me iré, pero por favor entréguele esto —dijo a conveniencia y ofreció a la mujer el objeto envuelto en seda color amarillo que de momento escondía entre sus manos.

—¿Qué es eso? —La mujer no lo recibió.

Como si pretendiera asustarla, Yoshiko desenvolvió el objeto y se lo mostró. La mujer suprimió un grito y caminó dos pasos hacia atrás. A lo lejos se escuchó el maullido de un gato y la primera gota de lluvia rebotó en el suelo. Yoshiko, en apariencia serena, sostenía en sus manos una daga con cinco muescas en la empuñadura, brillante e impregnada de sangre seca.

—Entréguele esto a Daniel y dígale que su sangre está maldita —dijo a la mujer, procurando ocultar su miedo—. Intenté evitarlo pero ya es tarde. La mariposa está enjaulada y no podrá ser liberada hasta que él cumpla su promesa —añadió, y puso la daga sobre el piso, muy cerca de la mujer.

La Mariposa Enjaulada ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora