Capítulo XX. Borracho y ladrón

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Capítulo dedicado a una chica que siempre está pendiente de todo lo que publico: flaquiis13

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Borracho y ladrón

Nicolás llevó a Emma hasta la calle Magnolias y después regresó al centro del pueblo. No quería llegar a su casa o pensar en su madre; y sabía que si se quedaba con Emma tendrían que hablar de lo sucedido esa tarde, y eso era aún menos tentador. Por otra parte, pronto anochecería para ir hasta el lago, por lo que decidió esconderse en el bar de Yago Almanza. Sólo había ido una vez para comprar licor, pero el momento era idóneo para visitarle de nuevo.

Llegó al Rincón Europeo y estacionó a Vita frente a la tienda de su padre. Gino ya no estaba ahí. Nicolás no tenía que preocuparse de que le mirara ebrio.

—¡Nicolás Rossi! —exclamó alegre Yago cuando lo vio entrar—. Te llamé con la mente.

—¿A mí? —preguntó Nicolás, sarcástico—. Eres el único que solicita mi presencia en este momento, creo.

—¿Un mal día? Te vez reventao'.

—Terrible.

—¡Acabas de llegar al lugar indicao'! Peo' cuidaó, cuidaó. Ya sabéis que la casa sólo te ofrece vino.

—Lo que quieras servirme, Yago —resopló Nicolás y ocupó un asiento en la barra. 

Yago, que estaba limpiando todo con un trapo sacó una copa limpia para el nuevo cliente. 

—El vino es un licor pa' mujeres, en mi opinión. Aunque empinarse la botella completa y tomarse una pechá equivale a degustar un bucho de Whisky.

—Sólo sírveme, Yago —dijo Nicolás, mirando de reojo lugar. Era demasiada palabrería y él aún esperaba llenar hasta el tope su copa—.¿Para qué me necesitabas? —preguntó al recordar el caluroso saludo.

—Tengo algo que os puede interesar —Yago le sirvió el vino y se acercó más a él para no tener que hablar en voz alta—. Nico... lo tengo —añadió, misterioso.

Nicolás se echó un poco hacia atrás al sentir el intenso olor a Vodka que salía de la boca de Yago.

—¿Qué cosa tienes? —preguntó, sin mucho interés.

—Mejor dicho "a quién" —insistió la pulga con tono opaco.

—No entiendo, Yago.

—Vale, ya la cogerás. Ahora bebe el dulce vino que tanto ansias. Ya después te lo enseñaré —dijo con una sonrisa de triunfo y se apresuró a atender a otros clientes.

Nicolás ya había tenido suficiente esa tarde. No tenía ánimos de adivinar nada. Esperaría a que Yago le mostrara el por qué de tan misterio.

—Sígueme, chaval —le pidió después de un rato.

Nicolás siguió a Yago hasta un cuartucho escondido detrás del salón principal del bar. Dentro había un escritorio y sobre este Yago exhibía una colección de fotos suyas, más joven pero aún así resollando su usual habano. El lugar era oscuro, pero Nicolás entrevió una lámpara vieja que con dificultad ayudó a encender a la pulga.

—¡Me ha encojonao' este cacharro, peo' ya está! ¡Pero qué va! A otra cosa mariposa. Chaval, pensé en darte un telefonazo peo' no tenía pruebas. El pequeñín tenía ratos de no venir a visitarme. No sé quién lo abasteció este tiempo.

—No entiendo nada, Yago—insistió Nicolás.

—Me dejaré de rodeos. Ven pa' cá —le pidió y abrió uno de los cajones de su escritorio.

La Mariposa Enjaulada ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora