Capítulo cuatro

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La vio acercarse y la comió con la mirada. Ella parecía hipnotizada siguiendo sus ojos azules sin romper el contacto que él había establecido. Con su habilidad habitual, Peeta con solo mirarla supo que ella tenía miedo y se sentía avergonzada por su pasión porque no solía comportarse así con los hombres; pero también supo que no le diría que no a nada de lo que él le propusiese.

Apuró su vaso de whiskey y lo dejó sobre la barra cuando la castaña se sentó en un taburete no muy alejado de él. Se inclinó de costado para verla, cuando oyó que le pedía al barman un shot de tequila. Sin poder evitarlo, no pudo parar de mirar a esa mujer de diminuto vestido verde mientras mordía con su boca sensual, un pobre trozo de limón. Su visión lo excitó por completo. En tan solo segundos, pasaron por su mente todas las cosas que le haría de tenerla a su merced. Decidió que esa noche la tendría en su cama costase lo que costase. Justo cuando se había decidido a abordarla, Finnick apareció en su campo de visión.

-¡Peeta! ¡Pero si estabas aquí! Menos mal que no dejé un mensaje desagradable en tu contestador hace unos minutos cuando te llamé para ver por donde andabas. –Dijo haciéndole señas al barman.

-No podía faltar Finn. No me diste otra opción que no fuese venir y es por eso que aquí estoy. –Sentenció con un esbozo de sonrisa en sus labios.

-¡No lo puedo creer! Creo que casi he hecho sonreír al gran señor de las nieves... esto hay que festejarlo amigo. Braman, dos whiskies para celebrar, por favor.

-No te pases de listo Odair. –Masculló mientras tomaba su bebida.- Y date por enterado que no me vas a tener largo rato aquí –Sentenció mientras se tomaba de un trago todo el liquido ambarino.

-Pero... -Comenzó a quejarse Finnick.

-Nada de peros, preséntame con quien tú quieras y llévame a ver a Annie para darle un gran beso, pero rápido porque tengo unos asuntos que no puedo hacer esperar.-Dijo buscando a la castaña por entre la gente.

-Yo sabía que solo te hacía falta salir. ¿Ya lo sabe la afortunada? ¿O todavía no la has encantado con tu cara de niño bueno y tus palabras de encantador de serpientes? –Le preguntó Finnick riéndose.

-Ella lo sabe Finn, aunque no hayamos hablado. -Mientras lo decía pensaba en su encuentro en el ascensor, pero no quiso comentárselo a su mejor amigo, porque eso sería caer en la cuenta que ella trabajaba para su empresa y Finnick hubiese puesto el grito en el cielo.- Sus ojos y su cuerpo me lo dijeron cuando nos vimos por primera vez. –Terció sabiendo que las chispas habían saltado en el ascensor de su empresa.

-Está bien Mellark. Solo dame media hora y te libero. ¡Todo sea por nuestro bien! No le digas nada a Annie porque va a matarte por desaparecer así.

-Será nuestro secreto, tranquilo. –Dijo Peeta riéndose abiertamente por primera vez en mucho tiempo, mientras caminaban hacia las mesas reservadas.

Después de saludar cariñosamente a Annie, quien lo abrazó con el mismo cariño con el que solía abrazarlo Prim; estuvo charlando y riendo con los amigos de Finnick. Muchos eran de la facultad, unos pocos del secundario y por suerte ninguno de la empresa. Mientras estaba enfrascado en una discusión sobre la inflación actual, Peeta pudo ver a Katniss bailando divertidamente con Annie; hecho que le hizo replantearse la idea de llevársela a la cama. Pero inmediatamente la imaginó desnuda gritando su nombre luego de un orgasmo devastador y no pudo más que rendirse a sus deseos sin importarle nada más. Sin medir cuales eran los riesgos y cuales serían las consecuencias; a pesar que eso era lo que mejor se le daba, lo que lo había vuelto millonario, Peeta decidió darle rienda suelta a sus deseos.

...****...

No pudo quitarse en toda la noche esa sensación de extrañeza y de estar siendo observada. Divisó al culpable sentado charlando con unos amigos de su jefe y no pudo más que sentirse frustrada. Ese extraño la hacía sentir caliente con solo mirarla pero no se atrevía a más. Era la primera vez que ella se sentía así. Nunca había sido una mujer llamativa a los ojos de los hombres. No se vestía para provocar, no era vanidosa y mucho menos era esclava de su aspecto. Pero esta vez era distinto; quería que este extraño la mirase, que la mirase tanto que no pudiese olvidarla... quería que la besase y recorriese cada parte de su cuerpo con sus prometedores labios. Debía admitir que ella también lo había estado observando. Había reparado en sus bellos ojos azules y su formado cuerpo que se dejaba ver a través de la ropa. Cada vez que lo descubría viéndola, suplicaba porque tuviese la intensión de besarla en ese mismo momento.

Amar después de amar (Pausada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora