Capítulo diez

57 4 0
                                    

Eran las 5 de la mañana y Peeta seguía dando vueltas en su cama. No había podido pegar un ojo a pesar de estar muy cansado. Había intentado de todo para lograr descansar, pero seguía acostado boca arriba intentando dejar de pensarla. Eso lo ponía de pésimo humor. Ni siquiera intentó pintar para relajarse porque sabía que la pintaría a ella y ya tenía un cuadro que le recordaba la cara de su verdugo en su momento más íntimo. Hubiera querido trabajar, pero su mente volaba formulando hipótesis sobre la falta de noticias de Katniss. Hubiera querido que su carta fuese conciliadora, pero como no podía con su genio, por el final no pudo dejar de imprimirle su toque mandón, controlador y exasperante.

Antes de Delly, Peeta solía ser un tipo alegre, dulce y considerado; pero después de ella, él había cambiado para siempre. Se había vuelto huraño, casi siempre estaba malhumorado, era mandón e inflexible con sus decisiones. Antes solía escuchar más a las personas; solía estar atento a sus sentimientos y necesidades; pero ya casi nunca lo hacía, a pesar de ello, tenía un corazón tan grande que no podía evitar ayudar a todo el que lo necesitase... Era algo que le nacía naturalmente, aunque ya no quisiese fiarse de nadie; aunque Delly hubiese asesinado a su versión más amable. Su retiro a Oia había ayudado. Estar tanto tiempo solo, sin tener de quien preocuparse había sido lo que terminó de templar su nuevo yo.

Se levantó de golpe decidido a llamar a Miles para preguntarle que había dicho Katniss del sobre, pero antes de presionar el botón de llamada, se dio cuenta de la hora que era. No quería molestar a su chofer tan temprano, por lo que decidió preparase el desayuno para matar el tiempo. Entró en la cocina del apartamento, y de repente, muchos recuerdos lo asaltaron sin piedad. Cuando era pequeño, su padre y él preparaban el desayuno para su madre los domingos por la mañana. Fue justo en esa época cuando hubo aprendido a preparar delicias pasteleras de la mano de su padre y de su abuela Mags. Una sonrisa cruzó su rostro y se puso manos a la obra. Dos horas después tenía listos varios tipos de panes. Sonrió feliz. Por primera vez desde que había vuelto a New York se sintió en Paz. Con una tranquilidad embriagadora, separó unos cuantos de cada clase y metiéndolos en una canastilla, se los envió a su hermana; si todo salía bien, llegarían a la mesa de Prim justo a las 9 para desayunar. Puntual como siempre, Miles subió a ponerse a disposición de su jefe. Peeta estaba terminando de indicarle al mensajero dónde dejar la canasta con panes, justo cuando lo vio. Con una sola mirada, su chofer entendió que debía quedarse donde estaba. Ver a Miles hizo que se pusiera en tensión otra vez.

-Buenos días Miles. ¿Quieres un panecillo? Escoge el que más te guste. –Le dijo mientras se disponía a hacerse un café. -¿Quieres un café?

-Muy amable señor, pero solo tomaré un panecillo. Es que nadie los prepara como usted. –Dijo el hombre con una sonrisa mientras trataba de decidir que pan tomar.

-¡Adulador! Anda, acompáñame que no me gusta desayunar solo si es que puedo evitarlo. –Terció el rubio con una mueca de sonrisa.

-Solo con una condición señor... –Alcanzó a decir mientras mordía un pan de queso.- Si usted me dice que es lo que lo tiene tan preocupado.

-¿Preocupado? –Dijo Peeta tratando de esconder su cara de asombro. Miles lo conocía desde niño y sabía muy bien anticiparse a sus respuestas evasivas.- Solo algunas cosas de trabajo Miles, este viaje a Italia...

-Pues entonces lo espero dónde siempre señor. Quedo a su disposición. –Dijo el chofer levantándose del taburete de la cocina.

-¡Miles! No te vayas. –Su tono de voz denotaba lo frustrado que se sentía al no poder engañar a ese hombre que casi lo había visto nacer.

-Entonces... Si no quiere que me vaya, lo escucho. –Sentenció tomando asiento. Miles sabía que a pesar del carácter de Peeta, el tenía algunas licencias para con su jefe.

Amar después de amar (Pausada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora