Natalie Harper.
Las cuatro de la tarde de un jueves lluvioso y veraniego, observo, sentada en el alféizar del ventanal de mi salón, como los vehículos pasan a gran velocidad, a pesar del riesgo que conlleva la calle mojada y resbaladiza. La parada de autobús se llena de paraguas y botas de distintos colores cada quince minutos, cuando los niños y sus madres bajan del autobús, dirigiéndose a sus casas.
Para vivir en Londres no es que esté especialmente rodeada de edificios altos, ni masas de gente que cruza la calle de un lado a otro, con prisa de llegar a su trabajo. En el barrio de Southwark, en la parte sur del río Támesis, la mayor parte de viviendas son adosados y urbanizaciones de casas, rodeadas de zonas verdes o propios jardines privados. Y eso me gusta, porque me recuerda a mis primeros cinco años de niñez en Canadá. Realmente añoro la vida que tuve en mi tierra natal, fueron los únicos años en los que realmente puedo decir que fui feliz. Después de la muerte de mis padres en un accidente de tráfico, ya en tierras inglesas, en mi octava navidad, nada volvió a ser lo que era.
Pasé de ser una niña llena de felicidad a la que le gustaba hablar y conocer cosas nuevas, a una que intentaba relacionarse y hablar lo justo y necesario. Me acostumbré a mi propia soledad, hasta el punto que llegaba a gustarme; a protegerme del exterior, el cual me había hecho siempre daño. Y creer que el amor, en cualquiera de sus variantes, solo producía dolor.
Aunque eso lo comprobé durante mi adolescencia, únicamente observando y haciéndome diferente al resto del mundo.
Ahora, con veintidós años, y como toda la población de este mundo, he cambiado desde mi adolescencia. Pero no ha sido por mi misma, sino gracias a una persona, Bryan Murphy. Él ha sido el promotor de mi vida, ayudándome a aceptar mi pasado por duro que sea. Y así salir del hoyo en el que llevaba diez años metida. Volví a ser la niña de cinco años curiosa y sonriente que era. Aunque todavía con miedos imposibles de superar. Le debo mucho, y también a su mejor amigo Jack Freeman, por volver a hacerme reír. Por ello hoy en día son mis dos mejores amigos.
La lluvia ha dejado de caer tan fuerte, apenas queda una leve cortina de gotas de agua en la calle. Abro una de las ventanas, dejando entrar ese olor a humedad que tanto me gusta. Una notificación llega a mi móvil, que reposa en la pequeña mesa negra, enfrente del sofá rojo granate, que está debajo, apegado a la pared del alféizar, y por donde subo descalza para observar la calle. Cojo el móvil, sentándome en el sofá, mientras leo el mensaje de Zara, mi compañera de trabajo en la peluquería.
Zara [16:13] - Naat! Me han enviado un cupón de la cafetería de la pista de hielo. Si vas a patinar hoy, una bebida caliente GRATIS!
Zara [16:14] - Esa oferta la han hecho pensando en ti :P
Nat [16:15] - Es tentadora, no lo negaré!¿Tú no puedes ir?
Zara [16:16] - No, me toca hacer de canguro de la hija de mi vecina un par de horas :(
Nat [16:17] - Te diría que vinieras con la niña pero eres demasiado patosa patinando xD
Zara [16:18] - Hoy estás graciosita, eh?
Nat [16:19] - Como siempre :D
Zara [16:20] - Bueno, te dejo, la pequeña terremoto ha llegado, pasatelo bien!
Nat [16:21] - Igualmente!
Bloqueo la pantalla del móvil, dejándolo sobre la mesita, de nuevo, para así ponerme en marcha para cambiarme y salir hacia la pista. Está a 40 minutos en metro desde mi casa, justo en las espaldas de Hyde Park. Entro en mi habitación, siguiendo el estilo de blancos y negros, con algunos objetos color granate. Recojo la cortina de la puerta que da al pequeño jardín privado, para que entre más luz natural. Abro el armario, viendo toda la ropa vintage y actual que tengo, decantándome por unos vaqueros, una camiseta blanca básica finita, y una chaqueta negra de lana.
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RomanceDesde el principio fueron como las dos mitades de una naranja. Tan similares que se asocian al instante. Complemetándose de forma natural, como las dos caras de una moneda. Natalie y Samuel. Samuel y Natalie. Los dos en...