Capítulo 4.

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Samuel Baizen

"No quiero saber nada respecto al amor." Eso fue lo que me dijo, algo totalmente inesperado, siendo ella la que me besó. Pero me conviene, yo tampoco...

– ¿Entonces por qué me duele?–Bufo malhumorado, levantándome de mi cama. No he parado de darle vueltas a la comida de ayer. De preguntarme por qué no me fui, quise ser educado, quedarme hasta el postre como había prometido. Pero dado lo incómoda que fue esta habría ganado más yéndome.

– Quizás te guste–Suelta mi mejor amiga, con seguridad. Después de que le comunicara la "cita" de ayer, por teléfono, insistió en venir a verme. Ayudarme a superar el mal trago. Como si yo pretendiera algo acaso. Me quedo parado de pie, gustarme. Es una posibilidad, aunque...

– No, es imposible. No puede gustarme. Ella... Yo...Simplemente. No. – Me niego en rotundo a que lo haga, a encapricharme de nuevo de alguien. Enamorarme. Y menos de alguien tan complicado como Natalie. Dado lo de ayer una relación así estaría condenada de antemano. Y con dos fracasos he tenido suficiente.

–¿Y por qué no? – Victoria me observa, curiosa, tranquila a pesar de su revoltoso carácter. No me extraña, para ella es todo muy sencillo, demasiado. Ha tenido tantas relaciones en su vida que uno ya ni las cuenta. Pero solo una completamente seria, el que fue el amor de su vida a los diecisiete años, y al que perdió recién cumplidos los diecinueve. Algo duro como toda pérdida, que la cambió por completo.

– Sabes por qué–Le explico, ella simplemente ríe.

– ¡Oh, vamos! No tiene porque acabar así. Puede ser el resultado de una linda noche juntos. Tú mismo le dijiste que no te interesaba el amor, ¿no? ¿Qué problema hay entonces en intentar algo? No tiene porqué ser amor, y no tiene porque acabar mal. – Suelto un suspiro.

– Lo sé, solo... Soy yo, ¿vale? No le busques explicación. –Replico, terco, ella sonríe risueña.

– Tampoco la tiene. – Afirma y se vira hacia mí. – Oye, ya que estamos aquí, ¿hacemos algo? Creo que necesitas despejar la cabeza.

– Seguro. – Afirmo riéndome, necesito sacarme la dichosa comida de mi mente. Aunque no sé como hacerlo.

Terminamos bajando al jardín, llevo en una mano mi juego de mosaicos, una de las pocas cosas que me entretiene tanto en casa como fuera. Lo descubrí cuando apenas tenía quince años, había ido a buscar a Víctor para que saliéramos, pero él estaba ocupado con un trabajo de clase. Su padre, en cambio, se hallaba haciendo un mosaico, él era un artista y ella trabajaba en una frutería. Para ellos fue toda una sorpresa que su hijo quisiese dedicarse a la medicina. Culminé observando a Eivan tanto tiempo que, intrigado, me invitó a probar. Entreteniéndome tanto que cuando Víctor terminó sus tareas ya no sentía tanta ansiedad por salir de fiesta. Algo muy divertido en su momento.

Victoria trae una mesa plegable pequeña que tengo en el jardín y dispongo la caja allí, escogemos un mosaico que representa un arbusto de rosas. Y mientras trabajamos me pongo a recordar.

Tenía veintidós años cuando conocí a Victoria, en primavera, fui a visitar a mi hermana al psiquiátrico donde está recluida desde que con dieciocho años toda mi vida se torció. Y todo debido a la cruenta pérdida de mis padres. A pesar del tiempo que pasó todavía lo recuerdo, mi hermana delirando, casi traumatizada, los cuerpos en el suelo. Cuando le pregunté me habló de una pelea. Desde que había partido de la casa lo hacían mucho. Todo era por mi culpa, vivía con Catrina, ignorando completamente a mi familia. Huyendo, como siempre. Y cuando volvía me empeñaba en arreglar lo irremediable, presionando mi madre a rebelarse, denunciar incluso si era necesario. Podía hacerlo yo, pero lo cierto es que desde que había partido mi padre no me había tocado.

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