Capítulo 5

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Natalie Harper.

–Zara, ¿Has terminado con las planchas?– Mi compañera de ojos azules y flequillo, que oculta sus cejas, me mira a través de uno de los espejos de la peluquería, mientras acomoda bien el pelo de la última clienta.

–Sí, y el secador también.–Asiento mientras recojo todos los utensilios y así salir antes.

Me miro en el espejo, después de haberme quitado el chaleco donde llevamos las tijeras y demás. Aplico un poco de espuma a los rizos, para que se mantengan, al menos hasta la tarde, pues comería en casa de mi mejor amiga de la infancia, Amanda.

Tras el accidente de mis padres, al no tener más familia ni en el Reino Unido ni tampoco en Canadá, me trasladaron a un orfanato del país para que se hiciesen cargo de mi. Allí, conocí a Amy entre otros más niños, pero ella y yo creamos un gran vínculo, posiblemente por las fatalidades que desde bien jóvenes la vida nos había hecho vivir. Un año después de mi entrada, me trasladaron a una familia de acogida que buscaba una niña como yo, y desde aquel momento no había vuelto a ver a Amanda hasta hace unos meses.

Recuerdo perfectamente como me quedé mirándola al verla sentada en mi cafetería habitual, cerca de aquí, tomando algo a media mañana. No había cambiado apenas, seguía teniendo ese mismo rostro y su melena rubia, pero con casi 15 años más. Su confusión al escuchar pronunciar su nombre me hizo dudar si realmente era ella, o alguien que se le parecía demasiado, pero al reconocerme, nos fundimos en un gran abrazo.

–¿Has quedado con el chico que conociste en la pista de hielo?– Comenta mi compañera alzando las cejas graciosamente, ya lista para salir, después de haber cobrado a la mujer.

Mi mente nubla ligeramente la alegría que tenía en el cuerpo por esa futura tarde de chicas, al recordar la imagen de seriedad de Samuel mientras comíamos en mi casa hacía ya tres días. No hemos vuelto a hablar desde ese momento, y comprendo que no quiera saber de mí, porque a decir verdad, no fue normal aquel beso repentino e inesperado que le planté, ni tampoco que me escondiera de mi propio acto. Me dolía interiormente que la última visión que él tenía sobre mi fuese esa, la de una Natalie atrapada en sus propios miedos y que le aterraba superarlos. Pero así soy yo, batallando con mis demonios la mayor parte del tiempo.

–No,– Le sonrío negando con la cabeza.– Con una amiga por South Hampstead.

–Eso está justo al otro lado de la ciudad, ¿Necesitas que te lleve? –Me pregunta saliendo de la peluquería, subiendo en su moto, mientras yo cierro el establecimiento para quedarme con las llaves, y mañana ser quien abra. – Llevo un segundo casco.

–Gracias, pero no, sabes que no me gustan las motos. – Digo riendo negando con la cabeza. Aunque estuviese nevando o cayendo uno de los chaparrones más grandes, no subiría en ese vehículo. – Además, llego antes con el metro.

–Bueno, tu te lo pierdes.–Se coloca su casco. – Algún día voy a conseguir que subas.– Me advierte graciosa encendiendo el motor.–¡Hasta mañana! – Grita por encima del ruido mientras me despido también de ella y sale calle arriba.

Me coloco las gafas de sol y busco los auriculares en mi bolso mientras ando hasta la boca de metro de Bermondsey. Gracias a la buena comunicación de esta ciudad, únicamente tendré que coger una línea en todo el trayecto y no perderé tiempo subiendo y bajando de los vagones. Enciendo la música justo cuando encuentro sitio, agarrada en una de las distintas barras del metro. Es hora punta, y no cabe ni un alfiler en el transporte público, pero no me agobia, ya es casi rutina.

Media hora después, llego a la parada correspondiente y ando unas cuantas calles hasta llegar al conjunto de edificios donde Amanda vive. Quito mis gafas de sol, colocándolas sobre mi cabeza, toco el timbre correspondiente y espero a que abra. Para mi sorpresa, aparece un chico tras la puerta y que no conozco. Por un momento dudo en si me he equivocado de casa.

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