—Muchacho, ven aquí —la llamó Dante, una vez que terminaron de almorzar.
Juan Manuel la había asignado como mensajera entre departamentos, porque se confesó incapaz de realizar tareas que implicaran demasiada fuerza física. Su día había sido bastante movido hasta ese momento, lo que le había mantenido la mente ocupada en otras cosas lejos de sus problemas. Sin embargo, esos problemas seguían ahí y el destino se encargaba de recordárselo.
Se acercó a su padre y tuvo que reprimir ese deseo de abrazarle que la hacía querer gritar.
—Demos un paseo, aún nos queda tiempo de descanso —la invitó.
Ella asintió en silencio y se alejaron del comedor. Iniciaron el trayecto en silencio por un pasillo que llevaba a un patio de recreación con una cancha de fútbol improvisada. No había nadie cerca. En cuanto su padre se aseguró de ello, retomó la conversación.
—Sentémonos allí —le señaló uno de los paredones, perpendicular a los arcos.
Una vez instalados, Dante se sentó de piernas cruzadas y Thea se abrazó las rodillas, olvidándose ya de tener que fingir.
—¿Por qué has mentido con el nombre? —le soltó sin más.
Thea lo miró con los ojos muy abiertos. No había ningún tipo de reclamo en su mirada, simplemente se estaba dedicando a memorizar cada detalle de su rostro. Lo sabía. Él lo sabía. Lejos de temer, se relajó.
—No creo que se hubiesen tomado demasiado bien que una chica esté aquí, ¿verdad?
Entonces, le tocó a él sorprenderse. Frunció el ceño, sin saber cómo reaccionar. Su corazón estaba saltando de alegría, pero a la vez estaba avergonzado por no haber sido capaz de distinguir entre sus hijos menores.
—¿Thea? —susurró.
Ella le sonrió y derramó las lágrimas que se había estado guardando. Dante la atrajo hacia él, dándole un abrazo y besando su coronilla. Tantas noches la había soñado, sabiendo que jamás volvería a verla. Era increíble. Su pequeña, convertida en toda una mujer.
Se quedaron en silencio un buen rato. Ella lo estrechaba con todas sus fuerzas. Volvió a sentir aquel calor tan familiar. Se sintió en el cielo, mientras su padre acariciaba su corta cabellera y su espalda.
—No puedo creerlo, mi princesa. —La alejó para verla a los ojos, él también tenía la vista nublada.
—Yo tampoco, papá... —suspiró—. ¡Te extrañé tanto! Todos los días. —Se le quebró la voz y lo volvió a abrazar.
—Perdóname. Creí que eras tu hermano... Es una vergüenza —atinó a decir, con una diminuta sonrisa.
Thea se rió.
—Somos mellizos... Puede pasar. Además, hace mucho que no nos ves— lo tranquilizó—. Papá...
No había tiempo para seguir el comento familiar. El ruido de un timbre les advirtió que tenían que retomar sus tareas. Dante se puso de pie.
—Debemos volver al trabajo, mi cielo —le dijo, ayudándole a levantarse—. ¿Por qué no nos encontramos después de cenar?
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Charlotte estrelló el teléfono contra la pared, haciendo que se astillara el plástico. La ira le corroía las venas, dándole muchas ganas de destruir todo lo que se interpusiera en su camino. Barrió con un brazo todo lo que había sobre el mueble debajo del televisor. Los vidrios de los portarretratos se hicieron pedazos al colisionar con el suelo de baldosas, cubriendo de un resquebrajado diseño rostros sonrientes, recuerdos de mejores épocas.
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Mercado de Maridos (HES #1)
General Fiction⭐️Historia destacada de Romance de Octubre 2017⭐️ ⭐️Historia destacada de Ficción General Enero 2020⭐️ "¡Bienvenidas a la Feria de Apolo! Aquí tenemos cientos de hombres para todos los gustos: rubios, pelirrojos, morenos, altos, pequeños, de ojos cl...