11: Riesgos

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Thea se sentía demasiado a gusto en los brazos de Stephen. Sin embargo, una vocecita al fondo de su cabeza le decía que el tiempo corría. Se retorció hasta estar cara a cara con él. Quería otro beso, descubrió que se había vuelto adicta a ellos. Pero se forzó a sí misma a concentrarse.

—Debes irte —le dijo, triste pero firme.

—Lo sé. —Él miró a la ventana.

Thea estrechó su abrazo y le besó la mejilla. Una sensación de bienestar recorrió a Stephen una vez más.

— Ten cuidado. —Se quedó pensativa, acariciándolo ausente— Tiene que haber una forma de comunicarnos... ¿Es seguro el teléfono?

—Lo dudo...

—Es que no puedes venir aquí, así como así. Te van a descubrir.

Stephen asintió en silencio.

—Escríbeme, ¿de acuerdo?

Garabateó su email en un papel.

—Está sincronizado con mi celular, así que te responderé rápido. Escríbeme siempre que necesites, no importa la hora. Bórralos apenas los envíes.

—Quiero verte de nuevo. Enviarte correos no es suficiente —insistió.

—Lo sé... Sé que está mal, pero yo también quiero. —Se mordió el labio— Más adelante, buscaremos la forma, ¿sí?

Se miraron a los ojos y Thea lagrimeó. Él se las limpió, apenas cayeron.

—Odié a mi madre desde el segundo en que me enteré de lo que nos hizo —susurró con rabia—. No es justo. No tendríamos que vernos a escondidas. No tendrías que tener el cuerpo herido, ni reprimirte nada. Yo...

La calló con un beso. Apoyó su frente en la de ella y negó en silencio.

—Quiero llevarme el recuerdo de tu sonrisa, Thea, no de tus lágrimas. Ya veremos la forma, ¿de acuerdo?

Ninguno de los dos lo creía realmente, pero fingieron que sí. Ella se aferró a su cuello, como si de un salvavidas se tratase.

—Te quiero —le dijo al oído.

Luego, se levantó y abrió la ventana. Miró a ambos lados de la calle.

—No hay nadie. Rápido, vete.

Él le obedeció raudo y se perdió en la noche.

Él le obedeció raudo y se perdió en la noche

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Thea anduvo sonriente los siguientes días. Revisaba a menudo su casilla de correo, sin novedades. No perdía, sin embargo, la esperanza, ya que sabía que le costaría a Stephen encontrar el momento y el lugar para escribirle. Sentía una agradable calidez cada vez que lo evocaba mentalmente. Lo cual sucedía bastante a menudo.

—Confiesa, Galathea —la presionó Aria, medio sonriendo—. Estás sonriendo como una tonta. ¿Qué está pasando?

Thea parpadeó, como despertándose de su ensoñación. La miró, debatiéndose si mentirle o no. Ella sabía sobre Jean Luc. No debería temer por el silencio de su amiga.

Mercado de Maridos (HES #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora