1.1: La Feria de Apolo

37K 2.9K 1.2K
                                    

Faltaba poco para el cumpleaños de Portia. Veinte añitos nada más, ni nada menos: el momento en el que llegaría a la mayoría de edad.

Era una muñequita: rubia y de enormes ojos azules, pequeña de cuerpo y con cara de ángel. Tenía la típica expresión de la niña de mamá, que había sido celosamente cuidada de las vicisitudes del mundo exterior. Era extremadamente buena e ingenua.

Provenía de una familia adinerada, por lo que, seguramente, su regalo sería excepcional.

Esperaba aquel momento con ansia. ¿Qué podría ser? ¿Un auto descapotable, acaso? Siempre había amado la velocidad y el viento desordenándole el cabello. ¿O, quizás, unas vacaciones en la mítica Centauria? No, eso ya era volar demasiado alto. Sería mucho pedir.

—¡Pero, chicas, me encantaría ir! —suspiró, soñadora, dirigiéndose a sus mejores amigas.

Se habían reunido en el departamento de Yukari, la única que había logrado suficiente independencia económica como para mudarse sola. Tanto Portia como Thea aún eran dependientes de sus madres, en mayor o menor medida.

Formaban un grupo tricolor. Thea tenía el cabello caoba, largo y ondulado. Sus ojos verdes y almendrados le daban un aire exótico, con algunas pecas en su piel blanca. Yukari, por otra parte, tenía el pelo renegrido, una cascada lisa impecable. Y Portia, daba el toque de luz con sus rizos de oro.

Estaban las tres sentadas en la sala de estar, distribuidas en el suelo sobre almohadones. En la mesita baja, descansaban sus tazas de té y algunas galletas. De fondo, las armonías de un cuarteto de cuerdas amenizaban el ambiente.

—Se cuentan tantas historias fascinantes... —continuó.

Centauria era un oasis del régimen feminista que dominaba casi todo el mundo occidental. Quedaba a unos cuatrocientos kilómetros de Palas, la capital del país donde ellas residían. Sin embargo, las separaba algo más que la simple distancia: la frontera este estaba delimitada por un muro infranqueable, celosamente vigilado.

Ir hasta allá para un viaje de placer implicaba un montón de dinero y papeleo, para desalentar a las que quisieran viajar. Era por eso que suponía un lujo para unas pocas.

Fuera de sus políticas radicales, Centauria era una bella localidad costera, que vivía de la pesca y del turismo internacional. Contaba con pocos habitantes y, según los rumores, con un puñado de hombres refugiados que habían buscado un destino mejor.

Mientras que en su propio país los hombres eran dominados con mano dura; en aquel pueblo independiente, gozaban de igualdad de derechos. Tan reprimidos se encontraban en Palas, y en el resto de Crisol, que muchos creían que esos supuestos derechos no eran más que una leyenda urbana.

—Más de la mitad, deben ser falsas —se rió Yukari—. Una vez, me han contado que los hombres andan sueltos por las calles como si fueran iguales que nosotras. ¡Es imposible que una sociedad así se sostenga! ¡Sería un descontrol!

Y las tres se echaron a reír. Dos con más ganas que la tercera.

—Me han dicho algo aún mejor. ¡Son gobernados por un hombre!— continuó Yukari, achinando aún más sus ojos rasgados.

El comentario desató otra ola de carcajadas, que las dejó sin aire.

—Para mí, debe ser un mito—opinó Thea—. Aunque me gustaría comprobarlo. Si están sueltos, deben ser gratis también, ¿no?

—Mi madre me ha comentado que se dice que hay algunos refugiados ilegales allí—agregó Portia—. Para ella, no son más que rumores. ¿Quién sabe?

Mercado de Maridos (HES #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora