16.2: Preparados...

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El teléfono sonó en la oficina y la mujer atendió sin fijarse de quién se trataba.

—Aria —la saludó secamente una voz que conocía muy bien.

Estaba en la oficina intentando concentrarse en su trabajo. La vista se le iba a la puerta a cada rato, consciente de que el escritorio del otro lado estaba vacío. Se obligó a mantenerse fría, preparándose para mentir con descaro.

—Charlotte, tanto tiempo. —Intentó sonar alegre— ¿Cómo está tu hija? Nos avisó que estaba enferma.

—Muy enferma, Aria —le respondió, con un tono preocupado.

Aria se relajó. Le había creído.

—Con razón, no me respondía ningún mensaje. ¿No era gripe, al final?

—Oh no, para nada. No es gripe. Está muy mal, ella... enloqueció. —Se le quebró la voz— Iba camino al Instituto y fingió sentirse mal. Amenazó a la asistente social con un arma, ¿puedes creerlo? Y ahora... ahora... no sabemos dónde está.

La escuchó sollozar al otro lado de la línea. Podía ser una arpía, pero quería a su hija. No era la mejor demostrándolo, pero no dudaba de que la quería.

—Tranquilízate, Lottie. —Se obligó a sonar cariñosa— No pudo haber ido muy lejos. Ya la encontrarán.

Charlotte se sonó la nariz antes de volver a hablar. Tenía la voz tomada. Por un segundo, se compadeció de ella. Luego, recordó que tenía a su hija escondida y asustada en su casa, y descartó el sentimiento.

—¿No sabes nada de ella? Ya no sé a quién recurrir.

—Nada, lo siento... —dijo, quizás demasiado rápido.

—¿No te mencionó a un tal Stephen?

—Mmmm. —Fingió pensar— No. ¿Quién es?

—No importa... —Tosió— Prométeme que me avisarás si sabes algo de ella.

—Por supuesto, Lottie. Despreocúpate. Y, por favor, mantenme al tanto.

—De acuerdo... Disculpa las molestias. Adiós.

—Adiós. —Y le cortó.

Se hundió en su silla. Eso había sido demasiado fácil. Tenía que sacarse a Thea de encima cuanto antes.

—Elliot —lo llamó—. Si estás disponible, iré a verte a tu despacho en diez minutos. Tenemos que ver los detalles.

—De acuerdo.

*******

—¿Mi padre está vivo?—le preguntó al hombre, mientras tomaba el té que le había preparado.

—Sí.—Ella le sonrió con esperanza— Debes buscarlo apenas llegues.

—Por supuesto. No puedo esperar, yo...

—Thea, pequeña —la frenó—. Lo que vas a hacer es una locura por dónde lo mires. Salvo la Polifem, creo que ninguna mujer se adentró al Basurero jamás. ¿Entiendes lo que te digo? Hay de todo en ese lugar. Pero, lo que más presente debes tener es que todos ellos tienen algo en común: las odian. A todas ustedes.

La chica se quedó con la taza a medio camino de su boca.

—A ellos, no les va a importar que tú, particularmente, no les hayas hecho nada. Representas la raíz de todos sus problemas. —Era duro, pero alguien tenía que decírselo.

—Tienes razón.—suspiró.

Thea meditó sobre eso. No era que tuviera unicornios y arco iris en la cabeza. Sabía que su situación estaba lejos de ser segura. Se había metido en un buen lío y había arrastrado a Stephen en él. Casi la internaban en el Instituto Psiquiátrico y, ahora, era una prófuga "desequilibrada mental". Pero no había pensado más allá de la vaga idea de su fuga.

Iba a ir al Basurero. Por supuesto, no la recibirían con los brazos abiertos. Se le había pasado por alto que lo mínimo que le dedicarían serían miradas envenenadas. Allí tampoco estaría segura. No mientras no encontrara a Stephen y a su padre, y, así y todo, estaba la posibilidad de que, en vez de ser protegida, los arrastrara a ellos también.

¿Y si no querían saber más nada de ella? Su padre no la veía hacía más de diez años. Quizás, ni siquiera la recordaba. ¿Lo reconocería al verlo? Tantos años cambiaban a cualquiera. Más allá de los cambios físicos, las condiciones en las que vivían podrían haberlo transformado. ¿Y si ya no veía luz y calor en sus ojos? ¿Y si rechazaba el abrazo que, por años, había querido darle? Solo de pensarlo, se le estrujaba el corazón.

Luego, estaba Stephen. Golpeado y todo, antes de que ella le arruinara la existencia, él tenía un techo sobre su cabeza, una cama blanda donde dormir, una ducha caliente, cuatro comidas aseguradas por día. Ella había llegado para arrebatarle eso, sin quererlo, pero estaba hecho. Debía odiarla. 

¿Qué refugio supondría ahora? Sus palabras le volvieron con toda su fuerza: "Cruel es que te muestren el cielo, segundos antes de arrojarte al infierno". ¡Y qué infierno le habían valido sus besos!

Se le derramó la angustia en lágrimas, de las que ni siquiera se percató. Se hundió en un torbellino de lamentaciones, flagelándose el alma con pensamientos oscuros. Quería morir. Quería dejar de ser una carga y un potencial riesgo para los que estaban a su alrededor. ¡Qué fácil sería desaparecer!

Sintió dos manos en sus hombros. No se atrevió a voltearse. Cuando la giró, evitó mirarlo a toda costa. Con delicadeza, Antonio le tomó el mentón.

—Mírame. Conmigo no tienes que tener vergüenza, lo sabes, ¿no? —Su voz era un arrullo tierno, que le calentó un poco su interior apaleado.

Ella tragó con fuerza y se limpió con el pañuelo de papel que le acercó su amigo.

—Mi niña. —Por fin, levantó la vista y Antonio le regaló una sonrisa— Ya estamos en el baile, bailemos.

—Tengo miedo, papá. 

Cada tanto, se le escapaba decirle así, tanto era el cariño que le tenía. 

—Yo quise alejarlo de lo malo, y terminé haciéndole peor...

—Lo que hiciste, y lo que permitiste que él hiciera, no fue con maldad. El amor nos hace cometer locuras. Porque así somos. El amor verdadero da sin medida, sin esperar nada a cambio y... duele. Pero, ¿sabes qué? No hay mejor dolor que ese. Estamos metidos en una cultura tan egoísta, pequeña. ¿Esto que recién están empezando a sentir ustedes? Muy pocos pueden decir que lo hayan tenido. Es un gran tesoro. Y es una pena que no puedan vivirlo como se merecen. Pero, aún así, tienen la oportunidad de salvar ese obstáculo. Allá afuera, hay mil posibilidades. Luchen por ello. ¿Tienes miedo? Por supuesto, que sí. ¿Quién no lo tendría? Estás jugándote tu vida, como él se la jugó yendo a visitarte todas esas veces. Hagan que valga la pena. Merece el esfuerzo, créeme, lo sé.

Le limpió dos lágrimas rezagadas que brotaron luego de escucharlo.

Aria entró en la cocina y los encontró abrazados. Se le calentó el corazón de ternura y se le hizo un nudo en la garganta. Les quedaba poco tiempo para disfrutar a Thea. ¡Cómo la extrañaría! Se aclaró la voz antes de hablar.

—Ya está todo listo.— anunció.

***********


En multimedia, les dejo una foto de cómo me imagino a Antonio. Agréguenle unos añitos, no más.

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¡Muchas gracias por leer!

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Mercado de Maridos (HES #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora