18.2: Algunos, mejor perderlos, que encontrarlos

13.5K 1.8K 176
                                    




—Necesito el relevamiento mensual del almacén de suministros oeste, muchacho. Está bastante lejos de aquí, pero no tengo muchas tareas que asignarte, por lo que tienes tiempo de sobra —le ordenó Juan Manuel, afable como siempre.

Para Thea, era como un abuelo benevolente. Siempre la hizo sentir como en casa. Consultó el camino en un mapa del Basurero que estaba pegado a la pared con unas cuantas chinches. No era nada complicado, pero la distancia era de unos cuatro kilómetros. Aquello suponía mucho ejercicio. No le hizo mucha gracia. El sol de mediodía era bastante inclemente con ella, a pesar del frío.

El calzado no era el mejor, por lo que, a mitad de camino, ya podía sentir ampollas en su piel. Maldijo por lo bajo, rengueando un poco. Todavía le quedaba la vuelta. Echó en falta el transporte público y su calzado deportivo, los cuales le hubieran hecho la tarea mucho más amigable con sus pies.

Al llegar, la recibió un cuarentón con cara de pocos amigos. Le entregó los papeles y recibió, a su vez, las planillas completas. Su oficina pequeña se hallaba dentro de uno de los grandes depósitos. Las paredes eran de Durlock, apenas daban un poco de privacidad. Ficheros ocupaban todas las paredes, y había papeles por doquier. Sin embargo, reinaba el orden.

Fuera, había varios hombres trajinando con bolsas y cajas de distintos tamaños. Bajó la vista, procurando pasar desapercibida y empezó a caminar hacia la oficina de su jefe.

—¿Dío? —Escuchó decir a lo lejos.

Thea siguió caminando, el paso un poco más apretado. Rogó con todas sus fuerzas que aquello hubiera sido una ilusión. Comenzó a sudar frío. Esperaba que aquel chico que escuchaba desistiera en su afán de saludarla.

—¡Ey, amigo!

La voz sonaba más cerca. Optó por hacerse la tonta, pero no tuvo suerte. Un manotazo casi le partió la espalda al medio. Se le cayó la carpeta que llevaba en la mano, desperdigándose todos los papeles en el piso. Se agachó a recogerlos, con cuidado de no levantar la vista y lo más rápido posible.

—¿Ya te has olvidado de mí, idiota? —le preguntó un moreno en tono amistoso—. Diógenes.

La chica hizo acopio de todas sus fuerzas para permanecer inmutable. No podía tener tanta mala suerte. Ya era imposible retrasar lo inevitable. Se dio la vuelta y se enfrentó con unos intensos ojos negros. El muchacho se quedó pasmado, pero negó con la cabeza. Era imposible.

—No te conozco, lo siento —le respondió ella, hablando una octava más grave que su voz normal.

—Amigo, eres calcado a Diógenes. —Jeff se rió, incómodo—. Aunque es imposible que esté aquí. Ahora es uno de los azules, el muy bastardo.

Aquel era el nombre que le daban a los de la élite del Pabellón Azul. Notó cierta envidia en su voz. Ese chico era una amenaza. Si la reconocía estaría en graves problemas. Para colmo, no se perdía un solo movimiento. Era horrible sentir esa energía fluyendo hacia ella.

—Bien por él —dijo, urgida por salir de allí—. Llevo prisa, que tengas buen día.

Jeff la retuvo por el brazo. Ella se retorció para zafarse de su agarre, sin éxito.

—¿Seguro de que no nos hemos visto antes?

Seguía mirándola como un cazador. Ese chico parecía tragar su alma con esos ojos tan oscuros. La mirada se le fue al cuello y frunció el ceño. Tres lunares, que si los unías, formaban una línea. Él había visto eso antes, y lo recordaba porque le había llamado la atención.

Ella vio la chispa de reconocimiento y se aterró. Sus lunares. Todo el mundo lo notaba. Sus tres Marías, los había bautizado Stephen.

Una voz atronadora y malhumorada los sobresaltó, haciendo que el muchacho soltara a su presa.

—Ya deja de acosar gente, Jefferson. Eres una vergüenza —bramó el supervisor—. Y, tú, deja de distraer a mis empleados.

—Sí, señor.

Thea suspiró con alivio y se alejó lo más rápido que pudo, con la vista baja para no llamar más la atención. Por eso, no se percató de la pared de músculos que tenía enfrente hasta que se la llevó puesta. El efecto rebote la hizo trastabillar. Se maldijo a sí misma. No dejaban de aparecer obstáculos. ¿Es que no abandonaría ese depósito jamás?

La caída nunca llegó, puesto que su "obstáculo" tenía mejores reflejos que ella, y la agarró de un brazo.

—Cuidado, niño. —Música para sus oídos.

Thea creyó que su corazón se había salteado un par de latidos. Levantó la vista y ambos quedaron congelados. Él abrió un poco más los ojos, sorprendido, totalmente anonadado. Ella se tapó la boca. Le suplicó con los ojos que no dijera nada, y él compuso el rostro. Nadie se percató del intercambio, excepto Jeff, que continuaba vigilando a la chica.

—¿En qué pabellón estás? —le susurró Stephen.

—21. Está como a...

—Sí, sí, ya sé cuál es —se apuró—. Te veré esta noche. ¿Cómo se supone que te llamas?

—Galo.

Él sonrió.

—Qué original.

—Cállate. —Le devolvió una media sonrisa, pero al segundo siguiente se le oscureció el semblante— Debo irme. Creo que alguien me reconoció.

Él compuso un gesto duro y miró disimuladamente. Dos agujeros negros apuñalaban la espalda de su chica. Sospecha. Y eso, en ese obsesivo, era peligroso.

—Vaya... Estás en problemas, otra vez. Yo me encargo—Dicho esto, le dio un fuerte golpe amistoso en la espalda y elevando la voz la saludó— ¡Qué bueno verte de nuevo, amigo!

 Yo me encargo—Dicho esto, le dio un fuerte golpe amistoso en la espalda y elevando la voz la saludó— ¡Qué bueno verte de nuevo, amigo!

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Buenas noches! Con este feliz reencuentro, concluye el capítulo.

En multimedia, el actor Pierre Perrier, que se aproxima a como me imagino a Jeff (aunque no le pegue del todo la edad). La mirada es esa, sin duda.

Se avecinan problemas para esta parejita...

¡Saludos!

¡Saludos!

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Mercado de Maridos (HES #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora