14.2: Sentencia

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Cuando ya se habían alejado bastante, Thea llamó a Portia. Era consciente de que era tarde, así que rogó que atendiera.

—¿Thea? —preguntó adormilada.

—Necesito ayuda. ¿Puedo ir a tu casa?

—Sí, claro —respondió, luego de unos segundos—. ¿Qué sucedió? ¿Estás bien?

—Te explico cuando llegue. En quince, estaré por allí. Adiós. —Cortó la llamada.

Su acompañante posó la mano sobre su pierna, apretándola suavemente. Ella le respondió con una sonrisa trémula sin apartar la vista del camino.

—Qué bueno que no lo hayas podido vender —opinó, para distender un poco el ambiente.

—Sí. —Se rió brevemente— Qué lío, Ste. Tengo miedo.

—Saldremos adelante —le aseguró, por más de que no tenía idea de cómo harían eso.

Cuando llegaron, Portia ya los esperaba, envuelta en una bata que le llegaba hasta los pies. Jean Luc le rodeaba la cintura, con una expresión idéntica a la de ella. Estaban desconcertados y asustados. Thea corrió hacia ella y la abrazó, mientras que Stephen les dio espacio, inhibido. La rubia le devolvió el gesto y reparó en que no venía sola. Los urgió a pasar y ponerse a salvo.

—Ay, Thea, ¿qué has hecho?—se lamentó, una vez dentro.

Se sentaron los cuatro en la mesa de la cocina. La ventana daba a un patio y no se veía desde la calle, así que no llamarían la atención. Jean Luc sirvió café para todos. Estaba tan nervioso que derramó un poco un par de veces.

Stephen tenía a Thea sobre su regazo, rodeándole la cintura, mientras ella recostaba la cabeza en su hombro.

—No sabía a dónde ir. Lo siento —se disculpó—. Mamá nos descubrió.

—Te desconozco, amiga —le dijo, con preocupación—, pero te apoyaré hasta el final.

Thea les contó brevemente su historia. Portia pasaba de la sorpresa a la ternura, pasando por el temor y la angustia. No podía creer que hubieran podido sostener el engaño durante tanto tiempo. Y también le dolió que no hubiera confiado en ella desde el principio. Sin embargo, le debía tanto que lo dejaría pasar.

Observó a la pareja con curiosidad. Entendía que se hubiera fijado en él. Era, sin duda, un lindo muchacho. Pero como él, había miles, estaba segura. ¿Qué la hacía arriesgarse así? ¿Acaso él la merecía?

—No nos quedaremos aquí —decidió, después de un silencio—. Es el primer lugar en el que buscarán.

—Puedes hablar con mamá —sugirió Jean Luc—. Sé que tiene contactos.

No pudieron hablar mucho más. Un rumor de sirenas se coló hasta donde estaban.

—Ay, no —se lamentó Thea.

—Eso fue muy rápido —dijo Stephen.

—Debemos irnos enseguida. El auto —recordó con angustia—. Lo había olvidado.

Corrieron a la entrada.

—Si nos encuentran, no quiero que te agarren a ti también. —Thea miró a su amiga— Te quiero.

Se abrazaron un instante y la pareja corrió al vehículo.

—Yo conduzco —se ofreció Stephen.

El matrimonio se los quedó viendo hasta que doblaron en una esquina.

—¡Diosa mía, los van a matar! —lloriqueó Portia, mientras Jean Luc la conducía al dormitorio.








—Debemos dejar el auto en algún sitio, Thea. Si no será inútil y... —Un ruido lo detuvo.

Mercado de Maridos (HES #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora