III

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—Como sea, Stan. Debemos atraparlo y acabar con su locura antes de que vuelva a atacar —sentenció y salió de la habitación.

Sebastian asintió.

—Bajemos y echemos un vistazo al resto de la casa.

Recorrieron la planta baja en un intento por buscar el lugar por donde había entrado el asesino. La puerta principal no había sido forzada.

—¡Detective! —Un oficial lo llamó desde la cocina—. ¡Venga a echar un vistazo a esto!

—Ve tú; yo, mientras tanto, voy a interrogar a la amiga de la víctima —le indicó Kara y se dirigió hacia la sala.

—Dime que has encontrado algo realmente bueno —dijo Sebastian ya en la cocina.

—Entró por aquí, detective. —Corrió la cortina en dónde había un círculo recortado en el cristal de la puerta.

Se acercó y abrió la puerta que daba a un patio trasero, delimitado por una cerca de madera. Había algunos sectores en donde la hierba había sido apenas aplastada, pero no lo suficiente como para poder tomar alguna huella de calzado. Salió al patio y comenzó a caminar; estaba casi seguro de que era el mismo trayecto que horas antes había hecho el asesino. Cuando llegó hasta el fondo de la propiedad, echó un vistazo a la banqueta de madera apoyada contra la cerca.

—Dile a alguno de los forenses que venga —gritó.

—Enseguida, señor. 

Segundos después, un hombre cuarentón enfundado en su mono blanco apareció en el patio.

—Busque huellas en la banqueta y en la puerta de la cocina —le indicó—. Es muy probable que se haya marchado saltando por aquí.

—Por supuesto.

Se quedó observando con atención cómo el forense echaba un polvillo oscuro sobre la banqueta para luego levantar las huellas dactilares. Sebastian dudaba que alguna de ellas perteneciera al asesino, pero, aun así, no podían dejar pasar nada por alto. Cometería algún error y, entonces, finalmente, lo atraparían.

+++

—¿Quieres un poco? —Kara le ofreció un vaso de té helado.

—No, gracias. Sabes que detesto el té —gruñó Sebastian desde su escritorio.

—Si bebieras un poco menos de café y probaras mi delicioso té verde no tendrías ese humor tan —levantó la vista al techo y busco un adjetivo que no ofendiera a su compañero— especial.

—Sabes que no puedo vivir sin mi ración diaria de cafeína —replicó e intentó esbozar una sonrisa—. Será mejor que nos pongamos a trabajar.

—Sí, será lo mejor. —Acercó su silla al escritorio de Sebastian y comenzó a leer unos papeles que sacó de una carpeta. —He revisado una y mil veces el caso de la muerte de Anna Beasley y, cada vez que lo leo, me aterran las coincidencias con la muerte de Alison Warner —dijo y lanzó un suspiro.

—¿Qué fue lo que te dijo la amiga de Alison?

—Que comenzó a preocuparse cuando faltó a su cita sin avisar y luego no respondía al teléfono. —Sacó su libreta de anotaciones—. Según ella, llegó a su casa cerca de las siete y treinta, como Alison no respondía, tomó la llave que ella misma le había dado y entró a la casa, el resto ya lo sabes.

—¿Te dijo algo del aspecto que tenía Alison cuando la encontró? —quiso saber.

—Sí, me comento que le extrañó muchísimo verla vestida así y peinada con una trenza. Según ella, Alison nunca usaba esa clase de vestidos, y rara vez usaba trenza.

Una Obsesión Mortal » Sebastian Stan - Adaptada (EDITANDO) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora