XXXIII

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—La sangre con la que escribió el mensaje en el rompecabezas es de animal —le informó Kara a Sebastian. Elena permanecía en silencio en el asiento trasero del Mustang y escuchaba con atención. —Los análisis del laboratorio indican que se trata, posiblemente, de alguna especie de felino —añadió.

Kara no mencionó nada, pero Elena sabía que era muy probable que aquel mensaje se hubiese escrito con la sangre de Otelo. Un escalofrío le bajó por la espalda y cuando Sebastian la miró a través del espejo retrovisor supo que él pensaba lo mismo. Bajaron en el departamento de policía y volvieron a recurrir al helicóptero.

—Debemos atravesar la ciudad y llegar hasta las montañas. Por allí pasan las vías del tren que rodean la cabaña —dijo Sebastian a Elena.

—¿Cuánto falta para llegar? —No estaba impaciente, pero deseaba terminar con aquello de una buena vez.

—Unos tres cuartos de hora.

—¿Por qué no intentas dormir? —sugirió Sebastian y se dio media vuelta para mirarla.

—No podría —le respondió mientras esbozaba una tibia sonrisa—. Estoy demasiado nerviosa para pegar ojo.

Kara asintió.

—Encenderé la radio de mi teléfono, al menos, un poco de música te relajará.

Elena asintió, aunque le daba lo mismo. Nada lograría quitarle la ansiedad que sentía en el pecho; bueno, tal vez, había solo una cosa que podría hacerla desaparecer. Un abrazo de Sebastian. Pero había muchos policías y él debía guardar las formas.

Se recostó en el asiento y cerró los ojos. La melodía de una emisora de música country inundó poco a poco sus oídos. Cada vez que el locutor detenía la música para hacer algún anuncio, el corazón le daba un vuelco en el pecho. El temor de que volvieran a anunciar que alguien dedicaba una canción a una tal Ellie seguía latente.

Abrió los ojos y notó que estaban descendiendo. Cuando el helicóptero se posó, corrió la cortina de la ventana. Echó un vistazo fuera, Sebastian y Kara estaban conversando. Se preguntó cuánto tiempo había dormido en el aire.

Se reincorporó en el asiento y, antes de bajarse, miró a su alrededor. El lugar estaba cubierto de matorrales y un pequeño bosque se erguía no muy lejos de allí. Estaban parados al costado de lo que parecía ser un camino improvisado. Cuando Elena se puso de pie y bajó, la divisó. Una cabaña de madera oculta tras unos cuantos pinos. Se quedó parada allí, incapaz de dar un paso.

Sebastian avanzó hacia ella.

—¿Estás lista? —Elena no le respondió, tampoco lo miró. Sus ojos castaños seguían clavados en la pequeña construcción de madera que parecía que se iba a derrumbar de un momento a otro. —Vamos. —La tomó de la cintura y la llevó a través del angosto sendero que conducía a la cabaña. Sebastian percibió su angustia de inmediato; caminaba a su lado pero parecía una autómata, una muñeca que se movía sin voluntad. Miró a Kara y ella se puso del otro lado para ayudarle a llevar a Elena hasta la cabaña.

Era el lugar, lo sabía aun antes de entrar. Durante los tres meses de su cautiverio, nunca lo había visto; sin embargo, podía sentir cómo cada milímetro de su cuerpo se estremecía de pavor con cada paso que daba.

Sebastian descorrió la lona que colgaba de la puerta y Elena se soltó de su brazo. Él se dispuso a abrazarla de nuevo, pero Kara le hizo señas de que no lo hiciera. Ambos se quedaron muy cerca de ella y estudiaron su reacción. Aquello era algo que Elena debía enfrentar sola.

Sus ojos castaños recorrieron el lugar con cuidado. Los rincones sucios y malolientes de aquellas cuatro paredes se le impregnaron en las fosas nasales; el olor a humedad en el suelo y en el techo de madera era demasiado familiar, espantosamente conocido, y enviaba pequeñas corrientes eléctricas a su cerebro.

Una Obsesión Mortal » Sebastian Stan - Adaptada (EDITANDO) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora