XL

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Estacionó justo en la esquina de aquella manzana. Echó un vistazo, había dos edificios en el lugar pero sabía a cuál debía dirigirse. El viejo automóvil de Peter Massey estaba semioculto en la parte lateral del edificio ubicado más al este.

Se quitó la cartuchera y la dejó en el asiento del acompañante. Lo que estaba haciendo era una locura pero cualquier cosa valía si podía volver a verla y arrancarla de las manos de aquel asesino. No podía arriesgarse, debía dejar su 9 milímetros allí. Sacó el teléfono móvil del bolsillo de sus pantalones y lo colocó junto a la pistola. Había algo que, en cambio, sí podía hacer. Lo dejó encendido. Cuando Kara notara su ausencia comenzaría a llamarlo y si la conocía bien, sabía que, al extrañarle su desaparición, lo primero que haría sería rastrear dónde estaba ubicado el teléfono. Revisó que tuviera suficiente batería y se bajó del Mustang.

Estiró las piernas y echó un vistazo alrededor. No había nadie, solo él y los dos grandes edificios. Se encaminó hacia el indicado y, tras recorrer un largo pasillo, comenzó a subir las escaleras. Le había dicho que estaban en el último piso. Los peldaños se esfumaron tras sus grandes zancadas y unos minutos más tarde, llegó hasta la puerta de madera que le había dicho que hallaría.

Respiró hondo, no sabía con lo que se encontraría una vez allí dentro. Solo esperaba que hubiese cumplido con su parte del trato.

Abrió la puerta y las cortinas aparecieron ante sus ojos. Estaban por todas partes, desde el techo hasta el suelo. Comenzó a abrirse paso entre las telas y, al final, percibió la luz que le indicaba que había terminado su recorrido.

Corrió la última tela y entonces la vio. Un dolor aplastante dentro del pecho lo obligó a detenerse. Se sujetó de la cortina. Elena estaba acostada en la cama, llevaba el mismo vestido que las víctimas y también la misma trenza. Sus manos estaban esposadas y le había atado los pies desnudos con un pedazo de cuerda.

No se movía; su cabeza descansaba sobre la almohada y sus ojos estaban cerrados. La sangre se le heló, desde allí no podía saber si aún seguía respirando. Avanzó hacia ella y se arrojó a su lado. La tomó de los hombros y quiso levantarla pero estaba inconsciente; revisó su pulso y comprobó, aliviado, que aún vivía. Sus botas habían pisado los pétalos de nomeolvides. Todo el lugar parecía una más de las escenas de los crímenes y, esa vez, era Elena la protagonista principal. Comenzó a desatar la cuerda que apretaba sus tobillos y entonces lo vio acercarse por el rabillo del ojo.

—Yo no haría eso, detective.

—¡Déjala ir! —Se puso de pie y caminó hacia él.

Peter sacó la mano que ocultaba detrás de la espalda y le mostró la navaja.

—Me temo que eso no va a ser posible, si he permitido que vengas hasta aquí ha sido solo para que seas testigo del momento en que Ellie y yo nos uniremos para siempre.

Sebastian iba a lanzar una maldición, pero se volvió al escuchar que Elena se quejaba.

—Sebastian. —Su voz era apenas audible.

—Aquí estoy, Elena. —Corrió hasta ella y le acarició el rostro. Peter rodeó la cama y se colocó en el lado opuesto.

—¡Suéltala! ¡No la toques! —Sebastian lo miró arrojarse a la cama y acercarse a Elena; su navaja estuvo enseguida contra su cuello. No tuvo más remedio que alejarse.

—¿Por qué haces esto?

—Porque Ellie y yo debemos cumplir con nuestro destino. —Se acomodó junto a ella y movió la navaja hacia arriba hasta ubicarla en la parte más alta de su cuello—. Solo hay una manera de que estemos juntos para siempre.

Una Obsesión Mortal » Sebastian Stan - Adaptada (EDITANDO) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora