XXXIX

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No lo escuchó acercarse pero supo de inmediato que estaba detrás de ella. Después de todo, hacía tiempo ya que venía siguiéndola, como una sombra que se pierde en medio de otras sombras.

La sujetó del brazo y la levantó. No protestó ni luchó. Tampoco lo hizo cuando la acostó en la cama y pasó las esposas alrededor de una de sus muñecas.

—No estarás atada por mucho tiempo esta vez, Ellie —le susurró mientras pasaba la cadena de acero por detrás de dos barrotes y cerraba el otro extremo de las esposas en la muñeca libre de Elena. Ella cerró los ojos para no ver su rostro desagradable. No la había vendado, pero sentía la enorme necesidad de apretar sus párpados con fuerza. —Quiero que me mires, Ellie. —La tomó de la barbilla—. Abre los ojos. —Elena los cerró con más fuerza aún, hasta sintió que comenzaban a dolerle. —¡Abre los ojos, Ellie! —le ordenó.

Ella empezó a llorar, pero sus ojos seguían cerrados. Pensó en Sebastian y en la última vez que lo había visto. Si iba a morir, al menos quería que la última imagen que se llevase fuera la del hombre que amaba.

—¡No! ¡No! —le gritó y le sacudió la cabeza. Entonces, él la sujetó del cuello y apretó su garganta.

—¡Mírame! —Elena abrió los ojos; las lágrimas acumuladas le habían nublado la visión, pero aún así pudo distinguir la furia y la mueca de disgusto en su rostro. Su mano seguía presionándole la garganta y Elena sintió cómo, poco a poco, se le escapaba el aire. Se retorció en la cama, intentó mover las piernas, pero él se había sentado encima de ellas. De pronto, la expresión de su rostro cambió radicalmente y la soltó. —Lo siento, Ellie. —Le acarició la mejilla—. Lo siento. Se puso de pie de un salto y caminó hasta los pies de la cama. —Haces que pierda la cordura, Ellie. —Había ladeado la cabeza y una sonrisa siniestra comenzó a dibujarse en su rostro.

—¿Por qué me haces esto? —le preguntó entre sollozos. Se acercó de nuevo y se sentó junto a ella.

—¡Oh, Ellie! ¿Acaso no lo entiendes? —Su dedo índice subió por su pierna, sus ojos oscuros seguían aquel lento movimiento. Volvió a mirarla—. Estamos destinados el uno para el otro, Ellie. Te amo y sé que tú me amas.

—¡Estás loco! —le gritó Elena y observó cómo su dedo seguía subiendo por su pierna.

—No, no lo estoy —respondió tranquilo—. Te he amado desde la primera vez que te vi. Fue en el patio de la universidad; tú estabas con unas amigas y, en ese preciso momento, supe que eras para mí. Te veías tan bella, tan cercana e inalcanzable al mismo tiempo.

Elena intentó buscar en su memoria los recuerdos de aquella época, pero estaba segura de que nunca lo había visto antes.

—Yo, yo no me acuerdo de ti —balbuceó.

—No. —El tono de su voz cambió—. Ni siquiera sabías que existía; yo te amaba en silencio, te admiraba desde mi lugar, desde las sombras. Porque solo era eso, una sombra que vivía solo por ti y a la cual ignorabas por completo. —Elena notó enojo en aquellas palabras.—Toda mi vida me habían enseñado que mirar a una mujer era pecado y que su cuerpo era la morada que el demonio había elegido para tentar al hombre. —Su dedo se detuvo en la parte más alta de su muslo—. Pero cuando te conocí a ti, supe que existía otra clase de mundo.

Los ojos castaños de Elena se fijaron en su dedo.

—¡Tú no formabas parte de mi mundo! —le espetó ella.

—De alguna manera sí lo hacía —aseveró—. Te quería para mí, Ellie. Mi mundo y toda mi vida eras tú. Eres tú —se corrigió—. No importa cuánto luches por negarlo; aunque reniegues de lo que nos espera, terminaremos juntos.

Una Obsesión Mortal » Sebastian Stan - Adaptada (EDITANDO) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora