XXXVI

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—¿Dónde estabas? —Sebastian apartó los ojos de la pantalla de su portátil y miró a su compañera mientras colgaba la cartuchera con su arma reglamentaria en el perchero.

Kara notó cierto tono displicente en su voz.

—Primero dime qué te sucede y luego te cuento las buenas nuevas —le dijo al acercarse a su escritorio.

Sebastian se recostó contra la silla y estiró ambos brazos por encima de la cabeza. Respiró hondo aunque nada le quitaba la sensación de inquietud que lo embargaba desde que había llegado a la jefatura esa mañana.

—No lo sé. Ni siquiera puedo explicarlo. —Frunció el ceño—. Estoy intranquilo, ya sabes, como si algo estuviera a punto de suceder. Algo que no entiendo y que, tal vez, se me está escapando de las manos.

—Yo he sentido a veces lo mismo y, créeme, dejarse llevar por las corazonadas o como quieras llamarlo no suele conducir a nada. Somos policías, Sebastian, y nuestro trabajo se remite a sospechas, pruebas y conclusiones definitivas; no podemos guiarnos por los presentimientos.

—Estoy de acuerdo contigo, pero me gustaría saber por qué me siento tan intranquilo.

—Quizá lo que acabo de descubrir te tranquilice un poco —le dijo con una sonrisa enigmática instalada en su rostro.

—Te escucho. —Se incorporó en su silla.

—Acabo de regresar de las instalaciones de Sanidad Animal en las afueras de la ciudad. —Sebastian enarcó las cejas.

—¿Qué has ido a hacer allí?

—Tenía que seguir una corazonada.

—¡Pero me acabas de decir que no debemos dejarnos llevar por esas cosas!

—Lo sé, pero también te he dicho que a veces las he tenido y tenía que intentarlo. No podía quedarme con la duda.

—¿Y?

—No me ha fallado.

—Explícate.

—¿Recuerdas que Lisa Rogers tenía un perro?

—Sí, tú misma me informaste de que se lo habían llevado los de Sanidad Animal. ¿Todavía lo tienen allí? Pensaba que ya se lo habían entregado a la familia de la víctima.

—Todavía no. No hasta que no se agote la investigación sobre el animal. No deja de ser una pista. Repasemos, así te explicaré mi corazonada. Cuando los primeros policías llegaron a la escena del crimen, el perro no estaba; apareció luego. —Hizo una pausa—. Según la familia de Lisa Rogers, su perro nunca se despegaba de ella; si salía a la calle, era porque ella lo sacaba.

—¿Adónde quieres llegar? —Se estaba impacientando.

—El perro debió haber escapado mientras el asesino estaba con ella.

—Es probable, pero a menos que nuestro amigo de cuatro patas sepa hablar, no entiendo en qué nos ayuda eso.

—Después de lo que le sucedió a Sam, me puse a pensar. El asesino le inyectó ketamina para dejarlo inconsciente. —Sebastian asintió, seguía tan perdido como al principio de aquella conversación. —Es muy posible que haya intentado lo mismo con el perro de Lisa Rogers; supongo que no podría hacer su trabajo tranquilo si tenía a su perro encima.

—Pero el perro se escapó antes de que pudiera anestesiarlo.

—Correcto. Pero seguro que lo intentó, y aquí viene lo interesante. —Sebastian acercó la oreja. —Cuando llamé a los de Sanidad Animal me dijeron que el perro aún tenía su collar y su placa de identificación con él. Era precisamente lo que quería escuchar —añadió mientras sonreía. Sebastian sabía que aquella sonrisa de satisfacción solo podía significar algo bueno. —He ido a ver a Bongo esta mañana. Bongo es el nombre del perro —se apresuró a explicar.

—Me lo imaginaba.

—Bien; me he llevado el collar y junto con él su placa de identificación. —Por fin, Sebastian comenzaba a comprender.

—¡Pensabas que si el asesino había intentado inyectarle ketamina debía de haberlo sujetado del collar!

—¡Exacto!

—¡Eres increíble, Banks! —Ella lanzó una carcajada.

—He enviado el collar al laboratorio y me entregarán los resultados de un momento a otro.

—¿Crees que esta vez sí tendremos suerte?

—Lo creo, creo que por primera vez ha cometido un error y no se nos va a escapar. —Se dirigió a su escritorio—. ¿Has conseguido algo de la fraternidad y del bendito anillo?

—Me duele la cabeza de revisar nombres y expedientes —le dijo—. De todos los integrantes que pasaron por Delta Omega durante los dos años anteriores al secuestro de Elena y los dos últimos hasta que se disolvió, al menos, unos treinta tienen antecedentes. Todos por pequeños delitos: ebriedad, disturbios en la vía pública. —Volvió a concentrarse en la pantalla del portátil—. Allanamiento de morada —siguió leyendo—. Robo de radios, tenencia de estupefacientes, asociación ilícita.

—¿Era una fraternidad o una cueva de delincuentes? —preguntó con sarcasmo Kara y se sentó detrás de su escritorio. Alguien llamó a la puerta. —Adelante —dijo Kara mientras abría una carpeta. Steven, el patólogo forense, entró en la oficina. Traía un sobre en su mano. —¡Steven, te has equivocado de puerta, amigo! —bromeó—. Aquí dentro estamos vivitos y coleando.

Steven sonrió de oreja a oreja.

—Los muchachos del laboratorio estaban ocupados y me han pedido que viniera a entregarles esto. —Puso el sobre encima del escritorio de Sebastian. Kara se puso de pie de un salto y lo cogió de inmediato.

—Ahora comprobaremos si las corazonadas sirven de algo, después de todo.

Steven la miró sin entender qué quería decir con aquellas palabras.

Kara rompió el precinto de seguridad y sacó un par de papeles del sobre. Sebastian reconoció enseguida la expresión de triunfo en el rostro de su compañera.

—¡Bingo! ¡Gracias, Steven! —gritó y le dio un beso en la mejilla.

—Creo que vendré más seguido por aquí —comentó mientras se marchaba y se tocaba el lugar en donde Kara lo había besado.

—¡Tenemos sus huellas, Sebastian! —Le entregó los papeles.

Sebastian leyó con cuidado.

—Los chicos del laboratorio han encontrado tres huellas diferentes en el collar y en la medalla de identificación. Las de Lisa, las del veterinario que atendía a su perro y una no identificada. —Estaba emocionada—. La han comparado con las huellas encontradas en la cabaña y coincide con una huella parcial que encontraron en uno de los barrotes de la cama. —Él asintió; aquel, sin dudas, era un avance importante, pero todavía debían identificar al dueño de aquellas huellas. —Sigamos con los integrantes de Delta Omega y comparemos las huellas.

—Bien. —Sebastian regresó a su asiento y continuó leyendo expedientes. Le ardían a los ojos ya, pero no le importaba. Estaban cerca y no se detendrían en ese momento.

Dos horas después parecía que la búsqueda no daría ningún resultado. De vez en cuando, ambos se miraban por encima de los monitores con la resignación y el cansancio pintados en sus rostros.

—Sebastian, he encontrado algo —dijo de repente Kara. Él se levantó y fue hacia ella. —Siempre nos preguntamos por qué había esperado cuatro años para volver a reaparecer en la vida de Elena. —Puso el dedo en la pantalla—. Mira esto: uno de los integrantes de Delta Omega estuvo en prisión durante más de tres años. Una muchacha lo denunció por acoso e intento de secuestro dos meses después de que Elena se escapara. Salió en libertad tres semanas antes del primer homicidio.

Una Obsesión Mortal » Sebastian Stan - Adaptada (EDITANDO) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora