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El hocico de un perro se acerca lentamente hacia la cara de Haiko quien yace en el suelo, en un callejón. Lo olfatea con curiosidad y finalmente lame su mejilla.
Haiko abre los ojos apenas en confusión y ve al animal frente a él, se asusta y se levanta velozmente dando saltos hacia atrás como un gimnasta. El perro se sienta y lo mira con sus ojitos completamente negros mientras Haiko se refugia en una esquina de las paredes sosteniendo sus rodillas contra su pecho. Sabe qué son los perros, pero nunca había visto uno, al menos que él recuerde.
—¿Que quieres? ¡Vete de aquí!— le advirte haciendo un gesto con la mano, el cachorro dobla su cabeza en confusión y ladra. Haiko entrecierra los ojos pero empieza a soltarse.
Quizás este perro no es malo...
Aún con miedo se acerca un poco hacia el animal, estira su mano un poco mas lejos que su cuerpo y toca la cabeza del cachorro, éste lame su mano. Haiko sonríe.
—Tú no me vas a comer, ¿verdad?— dice ahora sonriendo y acercandose un poco mas a él. Se siente bien hablarle a alguien, desde que se separó de los chicos no pudo hacerlo. Comienza a acariciar con ambas manos el pelo del perro. —¿Tienes nombre, pequeño?— sabe que él no va a contestarle pero de igual manera le habla. El estar caminando sin rumbo por dias afectó en cierta forma su cerebro. —Pues... ¿Te gustaría quedarte conmigo? Creo que ya sé como te llamaré.— Entrecierra un poco los ojos como si estuviera pensando. —Eres muy bonito, tan tierno... Como él. Creo que te llamaré Thai. Tú serás mi nuevo mejor amigo, si.
El perro lo mira aún sin entender una palabra y ladra, él ríe y hace una mueca. Aún no puede superar que su amigo ya no esté, pero se siente mejor teniendo a alguien... O algo a su lado.
—¿Tienes hambre Thai? Yo también. Veré que puedo conseguir, ¿si?
Haiko se levanta y sale del callejón, es de noche y las pocas luces del lugar no dejan ver nada, pero a lo lejos puede divisar una tienda que aún tiene las luces encendidas. Se acerca a ella y mira a travez de los vidrios, puede ver muchos postres, el cartel de entrada dice "panadería".
Un hombre está en el mostrador con su teléfono, Haiko entra sin mirarlo y se dirige hacia unas masitas que se ven geniales.
—Ya vamos a cerrar...— dice el vendedor con una sonrisa, quizás tiene miedo, Haiko está pálido, aún tiene sus ropas blancas y su cabello negro en la cara. Hasta los mismos fantasmas tendrían miedo.
Haiko no contesta y sigue mirando lo que hay. De pronto se acerca al hombre y señala las mismas masitas. El hombre ya casi temblando comienza a empaquetarlas.
—¿Paga en efectivo?
No, no va a pagar en absoluto.
No responde. El hombre le entrega las masitas en una bolsa y Haiko comienza correr hacia la salida, el hombre suelta un "¡Oye detente!" Pero cuando cruza las puertas...
Haiko ya no está.
Los ojos del hombre se abren mas de lo normal y empalidece, comienza a temblar y luego corre de nuevo dentro de la tienda. El cartelito de la puerta ahora dice "cerrado". Haiko ríe desde el techo mientras mete una de las delicias en su boca. Apenas unos segundos bastan para que él pueda saltar entre los edificios sin problemas.
Cierra nuevamente la bolsa que habia abierto y baja tranquilamente, vuelve a caminar hacia el callejón donde su nuevo amigo lo espera.
—No es mucho pero...— Levanta su mirada, busca a traves del lugar y...
Su amigo ya no está.
Sonríe tristemente y asiente aguantándo el nudo que se le forma en la garganta. Quizás estaba destinado a perder todo.
Si solo se hubieran quedado en el laboratorio... todo es culpa de James.
Frunce el ceño y sale del callejón nuevamente, ahora la bolsa está en el suelo, ya no tiene hambre. Comienza a patear una lata mientras camina por las calles oscuras con sus manos en los bolsillos, hace un poco de frio pero a él no le importa, hay algo dentro suyo que lo mantiene cálido de alguna manera. Había sentido eso antes, un día en el laboratorio cuando un científico le ordenó que se estirara lo mas que pudiera mientras él le daba molestas descargas eléctricas. El sentimiento tiene un nombre... ¿Rabia? ¿Furia?
Suspira y mira hacia los costados. De tanto caminar está perdido otra vez, no es que le importe mucho dónde termina, pero es molesto tener que encontrar un nuevo lugar para dormir. La libertad no está siendo tan genial como los demás decían que sería.
—¿Donde estarán ahora?— se dice a si mismo mientras mira hacia el manto negro que es el cielo, de pronto unas gotitas comienzan a caer de él, está lloviendo.
Su ropa comienza a mojarse mientras él corre hacia algún lugar para refugiarse, no encuentra nada. La lluvia cae mas fuerte y su ropa se empapa. El viento le congela la piel, se siente débil, perdido, solo y nuevamente comienza a llorar como si el corazón se le saliera del lugar.
Daría todo ahora por un abrazo, por encontrar a sus hermanos, por volver a reir. Saca sus manos de los bolsillos y se deja caer de espaldas en una pared de aspecto viejo, ahora sus brazos están sobre sus rodillas y cubren su cara, el agua cae como cataratas de su cabello negro.
Si pudiera morir en ese mismo momento no lo dudaría.

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