Confesión #3

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Confieso que el mejor día de mi vida fue aquel en que lo conocí.

Estaba en una tienda de música revisando qué disco de vinilo me iba a llevar esta vez. Y entonces lo vi.

Tenía un ejemplar de Abbey Road en las manos. Sonreí de inmediato. Eso no era algo que pasara a menudo.

Me acerqué lentamente y le pregunté:

— ¿Nunca lo has escuchado?

— Hola... no —fue su tímida respuesta.

— Entonces llévatelo.

— Pero no tengo dinero.

— Te lo pago yo.

Recuerdo claramente la expresión que se dibujó en su rostro. No se lo podía creer.

— ¿Estás segura?

— Por supuesto que sí. Hoy lo escuchas y mañana lo comentamos aquí mismo.

Sin esperar una respuesta, pagué el álbum y se lo entregué.

Antes de irse del establecimiento, me regaló un gracias y una sonrisa.

Esa misma noche me devoré por enésima vez la última obra de arte en forma de disco que grabaron los cuatro grandes de Liverpool.

Desde Come together hasta la inesperada pero genial Her majesty.

Y en cada estrofa, en cada acorde, en cada canción... me acordé de él.

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