Confieso que odio profundamente ir al médico.
Tengo que hacerlo dos veces por semana desde que tengo once años y es algo que me agobia demasiado.
Mi madre dice que todas esas sesiones son necesarias, pero yo pienso absolutamente lo contrario. No necesito ese tratamiento ni a ese doctor. No necesito a nadie... solo a él.
Él me entiende. También me dice que cada cita es totalmente absurda y que yo soy más grande que mis problemas. Sin embargo, también me sugiere que no me pelee con mi madre por estas situaciones, que lo mejor es no darle la contraria. Y yo le hago caso, porque sé que todo lo que me dice es para mi bien.
Precisamente, mientras escribo esto, me hallo sentada en una de las salas de espera de la clínica que siempre visito.
A mi lado, mi madre lee un libro de Paulo Coelho mientras que yo ojeo uno de Haruki Murakami. De repente, dejo el libro a un lado y me pongo a escuchar música. Estoy completamente entregada al solo de guitarra de George Harrison, cuando escucho mi nombre en voz alta.
Ha llegado otra vez el momento de entrar al consultorio.
Mi mamá me hace la indicación con la cabeza de que vaya y yo obedezco, desganada.
Camino arrastrando los pies y, cuando me ve, mi médico me dice:
— Buenas tardes, Abril.
— Ni tan buenas. ¿Ha visto lo nublado que está el día?
Él carraspea, incómodo.
Yo exhalo un suspiro, exhausta.
Es curioso: sé que mi doctor odia tenerme como paciente y por mi parte, yo también odio serlo... pero aquí estamos, siendo esclavos de las paranoias de mi madre y su obsesivo deseo de que todo esté en orden conmigo.
Como si no lo estuviera.
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Confesiones de Abril
Teen FictionAbril tiene diecisiete. Abril está enamorada. Abril ve cosas que nadie ve. Abril tiene mucho que contar...