Confesión #9

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Confieso que dependo de él. En todo sentido, mental y emocionalmente. Desde que llegó a mi vida, todo cambió para bien. Los días se hicieron más llevaderos y las noches, inolvidables.

Él no me abandona.

Él me sostiene.

Él me hace amar la luz del día.

Él.

Solo él.

De pronto empieza a oscurecer y siento cómo se acurruca junto a mí en mi cama. Me abraza y yo me siento la chica más dichosa del mundo. Le sonrío, le doy un beso y me aferro a su cuello como si se me fuera la vida en ello.

Miro el reloj. Son las seis y treinta y cuatro. En poco más de cinco horas se marchará. Odio eso. Odio que nunca se queda a compartir una madrugada conmigo.

Podríamos hacer tantas cosas...

La madrugada se presta para todo: para escuchar un disco de The Beatles, para leer un cuento de Borges y hasta para ver una película de Kubrick.

Pero me tengo que conformar con tenerlo hasta la medianoche. Por eso, cuando el reloj marca las doce, las luces de mi corazón se apagan y lo único que puede iluminarlo a medias, es el satélite inalcanzable que ahora observo a través de mi ventana.

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