Confesión #14

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Confieso que quizá no era tan malo visitar al doctor.

Durante el último mes no he asistido tan asiduamente como toda la vida, sino que he estado viniendo tres a cuatro veces por mes; pero hoy, cuando vi el calendario y supe que tenía que venir, no me pareció una mala idea.

En estos momentos me encuentro en la sala de espera a la vez que hablo acerca de la situación política del país con mi madre. Me resulta un poco surrealista esto porque la última vez que vinimos ni nos dirigimos la palabra la una a la otra mientras aguardábamos mi turno, pero me gusta que esta situación haya cambiado.

Quizá no estoy tan sola como creía. Quizá mi madre pueda ser el salvavidas que estaba esperando. Quizá ella pueda salvarme del ahogo que supone no respirar su aire, no escuchar su voz, no besar sus labios.

La charla continúa con altos y bajos hasta que la secretaria del doctor Jiménez me invita a pasar al consultorio.

— Buenas tardes, Abril —me saluda mi médico, desganado.

— Mil disculpas.

Escruto el delgado rostro del doctor. No entiende por qué me he disculpado.

— Desde que empecé el tratamiento, siento que no me he comportado bien con usted —continúo—. He sido antipática y no he colaborado para que los resultados de su esfuerzo sean los esperados. Pero prometo que esto cambiará, de verdad.

Jiménez no sale de su asombro y se levanta de su sillón. Camina cerca de mí y me pregunta:

— ¿Y a qué se debe todo esto?

— No lo sé.

— Has dejado de verlo, ¿no?

Trago saliva cuando escucho eso. No esperaba que soltara tal afirmación de manera tan abrupta.

— Sí, he dejado de verlo.

Su rostro se ha encendido de repente cuando ha escuchado mis palabras. Incluso ha alzado los brazos en señal de victoria.

— Es difícil para mí —susurro.

— Lo sé, pero es un gran avance. Si has dejado de verlo, podemos iniciar la segunda parte del tratamiento.

Resoplo. Tengo dentro una extraña mezcolanza de sensaciones. Me atacan de repente la melancolía y la tristeza, pero a su vez me siento libre y satisfecha de haberlo conseguido.

él

no

está

más

en

mi

cabeza

— Eres una gran muchacha, Abril —me dice, sonriente—. Vas a ver que estarás mejor dentro de poco.

— Usted también es un gran médico —le respondo—. El mejor de los psiquiatras, sin lugar a dudas.


Confesiones de AbrilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora