32. La noche de la estrella fugaz

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Esa era la noche.

La noche que definiría la vida de los súper héroes que velaban por el bien de todo el mundo. Esa noche bien podían resultar victoriosos, o podían morir. Todo el riesgo y la lucha, con un propósito: rescatar a la joven heroína capturada.

Esa era la noche en la que se enfrentarían dos bandos: uno que pedía que se hiciera justicia y otro que pedía que corriera la sangre. Ambos eran igual de poderosos, y aunque sus motivos eran diferentes tenían la misma meta, destruir a su rival. Y el único testigo de semejante enfrentamiento sería el cielo estrellado. Una estrella fugaz recorrió el cielo, esperando cumplir los deseos de la gente que más lo necesitara.

No todos los héroes pidieron deseos. Algunos lo consideraban ligeramente infantil, y otros no creían en ese tipo de cosas, sin embargo, hubo algunas personas que sí lo hicieron.

Starfire, la sensible y adorable princesa de Tamaran que juraba que su final estaba cerca, miraba el cielo estrellado desde la ventana del auto en el cual la llevarían al punto final de la carrera de Robin. Su cuerpo dolía de una manera agonizante, eran incontables los huesos que tenía rotos y los hematomas y cortes parecían infinitos en su piel. El cabestrillo improvisado que Tim Drake le había hecho no era lo suficientemente fuerte como para inmovilizar por completo el brazo, por lo que el dolor era punzante y constante. Miró de nuevo las estrellas y sonrió con desgano. Recordó lo hermosas que se veían las estrellas cuando las veía de cerca al volar por el espacio. ¿Las vería de nuevo? En las religiones tamaranianas y en una terrestre se hablaba de las almas que se iban al cielo al morir. En la Tierra, se decía que se pasaba a una nueva vida en un nuevo mundo, que a veces ilustraban como un paraíso hecho de nubes. En Tamaran se contaba que las almas se convertían en estrellas, que podían viajar a su antojo por el universo, y que podían revivir escenas de su vida anterior si lo deseaban. Para ella, más que una nueva vida tras la muerte, las estrellas simbolizaban las noches que ella y Robin se quedaban viéndolas en el techo, abrazados. Su agónico dolor la hizo despertar de sus recuerdos y darse cuenta de la verdad: moriría. Starfire se prometió que esa noche viviría lo suficiente para despedirse de quienes amaba, y quizá, sólo quizá, viviría para casarse con Robin. Esa era la noche en la que su alma subiría al cielo, a las nubes o las estrellas, y estaba perfectamente consciente de eso. Miró la estrella fugaz, cerró los ojos, y deseó ver a Robin una vez más.

Robin, el joven héroe que había perdido a sus padres cuando era niño, corría en dirección al Haly's Circus, el lugar donde su vida como héroe había iniciado, y donde quizá terminaría. Miró al cielo como siempre hacía cuando quería hablar con sus padres. Siempre subía al techo de la Torre T para hablar con ellos, y pedirles que los protegieran a él y su equipo. Ninguno de sus compañeros sabía de eso, salvo Starfire. Esa noche, Robin no les habló sólo para pedirles algo. Habló para avisarles que quizá había llegado el día en que iban a encontrarse tras muchos años de separación y dolor, y pidió que lo cuidaran como habían hecho durante tantos años. Si esa era la noche en la que se reuniría de nuevo con sus padres, no pensaba irse sin asegurarse de salvar a Starfire. Prefería morir él a permitir que ella sufriera de nuevo. Esa era la noche en la que Richard John Grayson tomaría venganza en contra del hombre que más daño le había hecho en toda su vida. La noche en la que él deseó volver a ver a Starfire, su futura esposa.

Raven, la hechicera mitad humana, mitad demonio miraba al cielo desde el techo de su invadido hogar. Aunque finalmente habían armado un plan junto con el ejército de Tamaran para evitar la destrucción y rebelarse en contra de la Hermandad del Mal, ella aún tenía miedo. Sus amigos y ella corrían el riesgo de morir, su mejor amiga, la adorable e ingenua chica que a veces la desesperaba, sufría en manos de un demente sin corazón, y ese mismo demente se estaba encargando de que el líder de su equipo perdiera la cabeza y cometiera locuras. Se arrepentía de haber sido tan "mala" con la gente que la rodeaba y la amaba, y más se lamentaba que no podría despedirse de Starfire. Sus visiones rara vez fallaban, y para como pintaba la situación, esa noche no lo harían. Raven a su vez tenía el corazón roto, no comprendía si de verdad Chico Bestia la amaba o si sólo estaba confundido y amaba a Terra. Ella sabría, tras años de dudas y temores, si de verdad un demonio puede amar y ser amado de vuelta. Su deseo: saber si de verdad la amaban.

Chico Bestia, sentado en la costa de la playa privada de los Titanes, ayudaba a Cyborg a rastrear el comunicador de Robin. Miró las estrellas y sonrió para sí mismo. ¿Cuántas veces no había estado sentado ahí con Raven o incluso con Terra viendo las estrellas? También recordó que su madre y su padre le solían hablar de constelaciones y estrellas fugaces cuando él era pequeño. Cuando él había visto por primera vez una estrella fugaz, había deseado ser un superhéroe, y lo había conseguido. Había perdido a sus padres y su apariencia completamente humana en el proceso, pero se había hecho de su propia familia con el paso de los años. La Patrulla Condenada lo había acogido amorosamente (a pesar de las constantes reprimendas de Mentho) y con los Titanes de había sentido completamente libre. Si su deseo de ser héroe se había cumplido, esta vez deseó saber quién era la chica que amaba de verdad. Esa era la noche de la decisión, decidir a quién amaba de verdad, y con quién quizá, quería pasar el resto de su vida.

Esa era la noche en la que Harleen Frances Quinzel decidiría que seguía en su futuro. Ella miraba al cielo, y del cielo deslizaba la mirada a una foto de su hija cuando estaba recién nacida. El único recuerdo de Lucy Quinzel que había guardado, segura de que nunca más la vería. Pero cuidar de Starfire le había hecho ver la vida de otra forma. Quizá aún le quedaba la oportunidad de ser una madre de verdad. Dejar de lado los trajes de arlequín y las armas, y dedicarse por siempre a cuidar de su pequeña hija, después de acabar su tratamiento. Quizá, sólo quizá, esa noche podía tener la fuerza de voluntad necesaria para alejarse del payaso que tanto amaba, y podía seguir adelante. Harley Quinn deseó tener el valor de dejar al Guasón.

Jason Todd, aquel chico que tanto había sufrido en su vida, que buscaba la aprobación de su padre y en el fondo, de sus hermanos, se dirigía al mismo circo que Robin. No tenía tanto tiempo de conocer a Starfire, (no contaban algunas cuantas batallas contra ella y numerosos cumplidos en batalla) pero había caído rendido por ella. Su manera de ser tan dulce, tan amorosa, era un contraste completo para él, pero ningún rompecabezas se arma con piezas iguales. Él la amaba, pero estaba perfectamente consciente de que ella no lo amaba de la misma forma. Amaba a Robin, pero de todas maneras arriesgaría y entregaría su vida a cambio de salvarla. Quizá eso le serviría para que Robin finalmente lo perdonara por haber robado el traje de Red X, por robar, por haberse vuelto lo que había jurado detener. Miró al cielo intentando encontrar paz, y vio la estrella fugaz. Aunque él consideraba pedir deseos a estrellas una completa estupidez, consideró que algo de "ayuda extra" no le vendría mal. No deseó el amor de Starfire por mucho que lo deseara ni la muerte del Guasón. Sólo deseó que Starfire no sufriera más. Ella no soportaría la muerte de Robin, quizá tampoco la suya, y probablemente el dolor que sentía por sus heridas era demencial. Jason sólo quería que ella dejara de sufrir.

Y finalmente, la última persona en pedir un deseo fue Bruce Wayne, conduciendo en el Batimovil. Cualquiera pensaría que él no era una persona de pedir deseos, pero de pequeño, sus padres le dijeron que cualquier deseó que pidiera se cumpliría si beneficiaba a alguien más, por lo que no importaba cuánto deseó que sus padres volvieran, ellos no lo hicieron. Pero esa vez deseó que cualquier decisión tomada aquella noche, fuera la correcta, y que no corriera la sangre de quien no mereciera morir. Aquella chiquilla que sus tres hijos adoraban (Tim la quería más bien como una hermana mayor) era la persona que menos daño merecía. Sus hijos tampoco, sólo eran niños con pasados tormentosos y que en el fondo deseaban venganza por todo lo que vivieron. Bruce nunca iba a conseguir sacar ese deseo de venganza de los muchachos, ni él había conseguido quitárselo. Esa noche se tomarían decisiones cruciales, y deseó que todas fueran las correctas para el bien de todos. Lo deseó mientras cargaba el revólver que el Guasón le había enviado en un paquete, de nuevo con un mensaje que decía "¿Cuánto es capaz de soportar un padre por sus hijos?".

Esa noche, la noche de la estrella fugaz, era quizá la última de todos ellos.

Los Jóvenes Titanes: The Biggest FightDonde viven las historias. Descúbrelo ahora