#2: Cambio de mano

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- Se acabó la fiesta, todos fuera- ordenó Julius, dándose la vuelta para irse acompañado de su tigre blanco. Los dos al mismo tiempo nos miraron de reojo a Kenya y a mí, haciendo que ambas nos pegásemos más, intimidadas.

- Mira lo que has hecho- gruñó Lukas, lanzándome al suelo de una patada. Quise agarrar su pie antes de que volviese a darme, pero fue en vano. Me pateó la mandíbula y unas gotas de sangre mancharon el suelo. 

- ¡Yo no he hablado!- protesté, cubriéndome la cabeza. Eso no evitó que siguiese propinando patadas por el resto de mi cuerpo, torpemente protegido por Kenya que también recibía su parte de castigo-. ¡No he hecho nada! ¡Fuiste tú quien me trajo aquí!

- ¿Consientes que te grite?- se metió uno de los nobles, riéndose de mi sufrimiento. 

- Tiene una etapa rebelde- se excusó Lukas, dándome un último golpe en la espalda-. Lo solucionaré.

Sin decir nada más me agarró por un brazo y tiró de mí sin hacer caso de mis gritos para que parase. Sus dedos se estaban marcando en mi piel y no podía correr por la paliza, en cualquier momento sentía que me iba a desmayar. Kenya trotaba a nuestro lado, cojeando y gimiendo, pidiendo a su manera que fuese más despacio. 

Una vez regresamos a la casa, Lukas sólo se detuvo al llegar a mi habitación, donde me tiró al suelo. Me encogí pensando que seguiría golpeándome, pero sólo me jaló del pelo para que lo mirase a la cara. Mi labio inferior temblaba y mis ojos derramaban lágrimas una tras otra.

- Escúchame bien, Dawn: esa pelea padre e hijo ha sido por tu culpa, el príncipe Julius no acepta los ideales de su progenitor y sólo por verte se ha vuelto loco. 

- Tú quisiste llevarme- repliqué.

- Cierto, así podría intentar venderte con más facilidad, pero tras ese numerito no creo que nadie quiera hacerse contigo. Si pierdo esos 15 venus por no conseguir un comprador en menos de una semana date por muerta.

- P... Pero...- tartamudeé. Mi cuerpo se congeló al entender que hablaba en serio-. Una se... semana es muy poco ti... tiempo...

- Haberlo pensado antes de volverte una obstinada- sentenció, dejándome sola para asimilar mi negro futuro. 

- No fue mi culpa- sollocé aferrándome al cuello de Kenya, que se tumbó para dejar que me recostara sobre su lomo. Me lamió la cara para quitarme las lágrimas, a pesar de que ella también pensaba en lo que Lukas había dicho. 

Estábamos condenadas.

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- Arriba, venga- ni siquiera terminé de despertar cuando Lukas me obligó a caminar fuera del cuarto, seguidos por una adormilada Kenya. 

- ¿Qué pasa?- me froté los ojos con la otra mano, acostumbrándome a la luz de la mañana. 

Me sorprendí de ver al lobo de Lukas sentado al lado de la puerta, no solía aparecer y era de los pocos animales capaces de separarse una larga distancia de su alma gemela. Nos miraba sacudiendo la cola, reflejando el entusiasmo que mi amo disimulaba.

- Por fin te perderé de vista- me miró de reojo-. Y en lugar de 15 venus me darán 20 si te vas ya.

- ¿Quién?- me asusté. No sabía quién me había comprado, ¿y si era peor amo o ama que Lukas?

- Ya lo verás, ahora largo- me empujó a la calle, haciéndome caer al suelo de rodillas.  

- Un trato es un trato- asintió alguien frente a mí. Al levantarme reconocí la armadura de los guardias reales de Albe, y el que tenía delante entregó una pequeña bolsa dorada a Lukas, que tras asentir volvió dentro. Miré al guardia y éste me hizo un gesto con la cabeza para que lo siguiese. Detrás de él había un hermoso carruaje de cuatro caballos, todo blanco, por supuesto. Incluso las herraduras de los caballos eran plateadas, pude verlo cuando uno de ellos golpeó el suelo. 

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