#16: Dos almas

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Julius y yo nos miramos con el ceño fruncido, prestando atención al escándalo que se escuchaba por todo el palacio. Desde la biblioteca, donde seguíamos buscando toda la información posible sobre Furve y otros secretos de mi ciudad natal, los constantes relinchos y coces de un caballo resonaban con fuerza en cada rincón del lugar.

- ¿Qué es eso?- pregunté, ya que sabía lo tranquilos que los caballos de Albe eran. Un par de veces había ido a los establos para familiarizarme con tan majestuosos animales, los cuales eran de las pocas criaturas que nacían sin necesidad de ser un reflejo como Kenya o Elijah.

- Habrán encontrado uno salvaje, suele pasar cuando los traen por primera vez- Julius le restó importancia con un hundimiento de hombros, que me molestó más de lo que debería.

- Salvaje o no es un animal que no quiere estar aquí- sentencié frunciendo el ceño, levantándome y yendo a paso rápido hasta los establos, donde Kenya gruñó por lo bajo y se retorció sobre sí misma. Por mi parte, me había quedado embelesada.

Un hermoso caballo negro, más incluso que mis propios mechones o el pelaje de Kenya, relinchaba como si pidiese ayuda, sacudiéndose para tratar de liberarse de las cuerdas que lo envolvían sin piedad. La crin era larga y ondeaba hasta el comienzo de sus patas, dándole un aire surrealista cada vez que agitaba la cabeza, y la cola resonaba igual que un látigo grueso. Sus ojos, rojos y casi simulando que le habían inyectado sangre, brillaban llenos de ira y ansias de libertad, otro detalle que resaltaba lo evidente.

Él no quería esas cuerdas sobre su cuerpo.

- Soltadlo- dije sin pensar. Yo en ese lugar no era más que una "concubina", un ángel de Furve atrapada en las garras de Albe, resaltando como una mosca en la leche. Una palabra mía no valía nada, mi propia presencia relucía y al mismo tiempo era ignorada, lo sabía muy bien. No obstante, algo en ese caballo sacó lo peor de mi interior, la madeja compuesta de hilos e hilos de odio, rabia, dolor y hartazgo. Esa bola nunca había salido de su baúl, y parecía que aquel majestuoso animal acababa de usar la llave.

- Lárgate, no deberías estar aquí para empezar- escupió con desdén uno de los cuatro guardias que intentaban inmovilizar al corcel. Apreté los puños, notando cómo de a poco mi piel se volvía fría y temblorosa. 

- He dicho que lo soltéis- repetí, aunque mi voz sonó más profunda y firme que nunca. Tanto tiempo con Julius me estaba afectando.

- ¿No oyes cuando se te habla?- otros dos guardias, los que custodiaban los establos, se acercaron y me flanquearon, sujetando mis brazos dispuestos a sacarme de allí a la fuerza.

Lo siguiente no se lo esperó ninguno de los presentes, y el recién llegado Julius mucho menos. Un relincho más sonoro que los anteriores hizo eco en los establos antes de que las cuerdas salieran volando lejos del caballo, que coceó contra sus captores antes de acercarse a mí y ponerse sobre dos patas. Ahí tenía el ángulo perfecto para destrozarme la cabeza, podía aplastarme con sólo dejarse caer, y a pesar de saberlo no me moví. Decisión correcta, las patas delanteras golpearon con todo su peso a los guardias que me apresaban, liberándome también a mí.  

Julius se apuró a ponerse delante, en un intento suicida de evitarme el daño, pero de nuevo sucedió algo sorprendente: como si le hubiesen sedado, el animal resopló y se relajó de golpe, dejando de mostrarse agresivo. 

- ¿De dónde ha salido?- preguntó el príncipe a los adoloridos guardias, que con dificultades se pusieron de pie ante la voz de su alteza.

- Apareció de repente en la frontera de Albe, parecía venir de Stella- explicó el menos herido, mirando molesto al caballo-. Seguimos el protocolo y lo trajimos aquí a pesar de ser oscuro...

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