- Déjame tocarla.
Julius salió de su estado de calma y frunció el ceño, retrocediendo un paso.
- Si todo lo que has dicho ha sido para ganarte mi confianza...
- Me habéis malinterpretado- negó con la cabeza-. Necesito tocar sus alas para saber dónde se han roto.
- Menos mal que me quedé con las llaves- abrió la mano contraria y cogió la llave maestra de las celdas, dudando un poco en si abrir o no.
- ¿Te... Tengo que entrar yo...?- tartamudeé, soltando el brazo de Julius para que pudiese abrir la celda. Me miró por encima del hombro una vez la llave giró por completo.
- ¿Quieres que te curen las alas o no?
- Pero...
- No tengas miedo- el preso no se movió de donde estaba. Era una oportunidad perfecta para escapar, matar al príncipe y liberar a todos sus compañeros, sin embargo no hizo nada-. Vamos, acércate, enseguida estarás como nueva.
Se me secó la garganta. Julius me alentó a caminar, quedándose mirando desde la puerta en cuanto yo estuve casi dentro. El hombre miró a Kenya, que se escondió detrás de mí.
- Es hermosa- sonrió de nuevo.
- ¿Y tu reflejo?- no lo veía por ninguna parte.
- Justo a tu lado.
Di un salto al escuchar un suave gruñido, y una profunda exhalación me movió el pelo. Al verlo no pude hacer otra cosa que quedarme de piedra: era un enorme oso negro, estaba a cuatro patas y aun así era más alto que yo. No era raro que cualquier especie de animal fuese de un color diferente dependiendo de su dueño, pero que un ángel oscuro tuviese un reflejo de oso polar era sumamente extraño. Igual que había casos de murciélagos e incluso cuervos albinos, esas anomalías no eran escasas pero sí muy llamativas.
- Me llamo Paris, querida- se presentó, con el oso tumbado a su lado tras el susto.
- Dawn- murmuré.
- ¿Me dejas ver tus alas?
Otra vez miré a Julius, y éste asintió. Me di la vuelta y estiré poco a poco mi símbolo de libertad perdida, oyendo un suspiro pesado antes de que las manos de Paris las tocasen con cuidado. Buscó el punto de ruptura hasta que un quejido de mi parte lo marcó, y mantuvo sus dedos presionando el lugar.
- Intentaré colocar los huesos y luego las curaré- indicó-. Coge aire.
Obedeciendo, retuve el oxígeno en mi pecho y cerré los ojos, perdiendo la respiración cuando dos crujidos secos resonaron en todo el lugar. Oí a lo lejos varios quejidos de dolor, ni siquiera los soldados más duros soportan tener las alas rotas. Es más, ningún ángel es capaz de tan siquiera ver alas ajenas como las mías. Son las partes más sensibles, cualquier daño en ellas es una marca permanente, y el sonido de los huesos que las conforman pone la carne de gallina a cualquiera.
- Eso es, Dawn- felicitó-. Ahora viene lo difícil.
- ¿Qué vas a hacer?- me asusté.
- Cómo se nota que nunca te enseñaron lo que significa tener las alas rotas- volvió a dejar ir un suspiro-. Si el príncipe te ha traído hasta aquí es por algo, él no puede arreglártelas porque es un puro. Sólo se puede entre ángeles de la misma raza, la composición en las alas no es la misma. Para curarlas tienen que ser colocadas de nuevo y luego hay que delinearlas con un par sano. Es decir, que primero debía encajar los huesos y ahora tengo que abrir las mías, así las tuyas tendrán un patrón a imitar.
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Libertatem
RomanceAlbe. Furve. Dos ciudades tan iguales y a la vez tan diferentes. El mundo siempre ha estado dividido en dos: los ángeles puros viven en Albe, los ángeles oscuros pasean por las calles de Furve. Cuando estalla la guerra en Stella, el punto intermedi...