Parte 1: Pecas

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Todo era una mierda.

La universidad era una mierda, regresar a California también lo era, esperar a que un taxi se detuviera y me ayudara a guardar las maletas era una mierda; sin embargo, detenerme frente a la casa de mis padres con el orgullo pisoteado y mis metas en el caño, era la mayor de las mierdas. No quería imaginar sus expresiones de decepción, mi madre repitiendo que era una inútil una y otra vez, mi padre negando con la cabeza quejándose por los gastos. Maldita sea, debí quedarme en Japón vendiendo pescado y viviendo en las calles. Prefería mil veces eso a enfrentar a señor y señora: eres nuestra hija perfecta con un futuro brillante.

Me sequé el sudor de la frente. Joder, tres horas en California y el calor ya me había fastidiado. Hice una mueca al sentir mi piel pegajosa. ¡Por Dios! Pero si usaba un vestido corto y ligero. Maldito verano.

Finalmente, reuní el suficiente coraje para tocar el timbre y esperar con ansias la confrontación. Durante el vuelo, había repasado mentalmente lo que les diría, esperanzada de que la reprimiendo no fuese tan humillante, lo cual dudaba. Mis padres eran expertos en ridiculizarme.

Hola, papá y mamá. Estoy de regreso de Japón después de un año de transferencia. La oportunidad que me dio la universidad de la pasantía fue genial, pero resulta que no funcionó. Jodí todo y me he visto obligada a dejar la universidad. No entraré en detalles, sólo les aseguraré que soy un fracaso.

¿Qué ocurrió exactamente? Perdí un empleo que básicamente, tenía asegurado, me pagarían excelente, los horarios eran flexibles, podría continuar mis estudios desde allá, estaba mejorando en el aprendizaje del idioma y luego, la vida por la que me esforcé durante un año, se desmoronó. Me dijeron que no podían darme el puesto ya que había otra persona con más experiencia y recomendaciones. Terminé en bancarrota, me frustré, destruí el proyecto a entregar de la pasantía en el cual trabajé por meses y pues, sin ese proyecto, reprobaba el año, así que en resumen, lo había jodido todo.

Estaba consciente de que pude haber buscado otro empleo y que existían muchísimas soluciones para mi problema, sin embargo, mi estabilidad emocional no me ayudó. Los nervios me carcomieron, mordí mis uñas hasta el cansancio, mi cabello se caía en exceso y temí sufrir de depresión o algo peor. Además de que no tenía a nadie en quien confiar, no había un hombro para llorar, unos brazos que me estrecharan, ni siquiera había alguien que me diera unas palmadas en la espalda. Estaba sola, desesperada y sin dinero.

Por lo tanto, decidí usar mis preciados ahorros que prometí no tocar para comprar el boleto de avión de regreso a la casa. No esperaba consuelo de parte de mamá, ni palmadas de papá, me conformaba con comida, un techo y nada de preocupaciones por pagos durante unos días, aunque eso implicara soportar el calor, regaños y una bofetada de realidad por estar de regreso en el lugar que aborrecía con toda mi alma.

Aunque, honestamente, no esperaba que mi casa estuviera igual o más jodida que yo. En cuanto se abrió la puerta y vi a mamá con los cabellos enmarañados, usando una bata de seda agujerada, quise darme de topes contra la pared. Al fondo, papá gritaba y caminaba de un lado a otro, furioso.

— Oh, eres tú. — esas fueron las palabras de bienvenida de mamá. Cálidas, tiernas... nada hirientes. — ¡Oye, nuestra hija ha regresado de China!

Rodé los ojos. En cada una de las llamadas que le hice, aclaré, con todas las letras, que me encontraba en Japón, no China, pero parecía que a mamá le entraba algo por una oreja y le salía por la otra.

— Hola, mamá. ¡Estoy de vuelta en casa! — intenté sonar entusiasmada y sonreír.

Ella me ignoró. Estaba muy concentrada viendo a mi padre haciendo no sé qué. Ugh, perdí mi poca paciencia y carraspeé conteniéndome de gritarle a mamá. Ella se giró.

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