Parte 2: Riesgo de caída.

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Mamá solía decir que era una gran mentirosa. Desde que era una niña me resultaba más fácil inventar excusas o historias cuando cometía algún error. Era indiferente cuando se trataba de mis padres, las palabras salían sin problema de mi boca, no reía, no dudaba, segundos antes había pensado a la perfección lo que convenía confesar así no me regañaban. Aunque, como siempre, Thomas era más hábil e inteligente que yo. Además de que me conocía igual que la metáfora "como a la palma de su mano", por lo tanto era básicamente imposible engañarle. Cuando tenía once, planteé la hipótesis de que era un espía o un alienígena que leía mentes. Hubo un punto en que no me creía ni la hora y tuve que jurarle que no le mentiría. Pronto recuperé su confianza aunque su perspectiva hacia mí cambió significativamente. Si a mis trece años aún no estaba seguro de mi actitud despreciable era real, lo comprobó por gusto.

Lo cual dio paso a reproches, recomendaciones y advertencias de que nadie me soportaría si en un futuro era cruel.

Lástima que sólo consideraba sus palabras cuando me metía en grandes líos. Ahora bien, he aquí otra mentira: fueron tres chicos a los cuales rechacé; sin embargo, del tercero, Thomas desconocía su existencia. ¿La razón? Pues coincidió en que él acababa de marcharse para vivir en donde actualmente residía: Nueva York. Él sabía con lujo de detalle lo ocurrido con Frederick (primer novio a mis dieciséis y medio), y con Ashton (segundo novio, verano antes de la partida de Thomas).

¿Quién era el tercero? Fue a inicios de mi último año de preparatoria. La escuela había implementado clubes obligatorios de deportes y artes. Me recordaban mucho a los que existían en las escuelas de los anime, no obstante, estos eran aburridos. Ya que no contaba con Thomas al otro lado de la línea telefónica para pedirle consejos y que me orientara a elegir uno (después de decirle tantas veces que lo odiaba, el orgullo y la vergüenza me impedían hablarle), entré en crisis. Ninguno parecía entretenido o sus miembros no me agradaban. Evitando por completo las inscripciones de clubes deportivos, me aproximé a la hilera de mesas en la que un alumno de cada club esperaba tu "quiero unirme". En el frente de la mesa, había un cartel pegado de las orillas en el que se leía los distintos clubes. Baile, canto, pintura, dibujo, teatro, artes marciales, manualidades... en varios la fila era extensa o los estudiantes se reunían rogando poder inscribirse.

Me detuve al leer "Literatura". Un chico de piel ligeramente bronceada, ojos color azul oscuro y cabello color chocolate me miró fijamente. Sin perder tiempo, molesta por su descaro de recorrerme con la mirada, recliné las manos en la mesa.

— ¿Quieres unirte? — preguntó, sus mejillas adoptaron un color rojo intenso. Contuve la risa.

— Mi nombre es Lorelai Kaelin — le informé. Tardó en entender, pero cuando lo hizo, apresurado, escribió mi nombre en la hoja de inscripciones, esbozó una sonrisa de alivio.

— Mañana después de clases en el aula 21, ¿okay? — explicó con una pizca de entusiasmo. Sus manos jugaban ladeando el bolígrafo. Estaba nervioso.

— Okay — asentí y me alejé contenta de haber encontrado un club razonable.

La primera reunión resultó rara desde que puse un pie dentro del aula y sólo estaba él en una mesa junto a la ventana. El aula 21 era minúscula y los libreros ocupaban la mayoría del espacio, lo único bueno era que las ventanas lograban iluminarla y permitir la entrada de aire agradablemente. El chico alzó la mirada al escucharme llegar.

Cerré la puerta detrás de mí y ocupé la silla enfrente de él. Leía algo sobre mitos y leyendas, por lo que vi en la portada.

bad seedDonde viven las historias. Descúbrelo ahora