Uno

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— Hola, Thomas.

— Hola, Rory.

En pánico, hice una reverencia, arrepintiéndome al instante ya que:

1) Mi cabello se desordenó.
2) Olvidé que ya no estaba en Japón y tanta educación no era necesaria. El idiota no la merecía.

Pero luego recordé que básicamente, estaba ahí para rogarle que me permitiera quedarme (ejem, vivir) en su departamento a pesar de que no nos veíamos desde hace dos años y él de seguro no tenía espacio o tenía un compañero, quizás novia o novio. Las posibilidades eran infinitas y la mayoría, negativas.

Así que, recuperé la postura, acomodé mi cabello y esbocé una sonrisa.

— Lamento mucho las molestias — añadí forzándome a ocultar mi cansancio y a tragarme las quejas. — Sé que hace mucho tiempo que no nos vemos y que no soy tu persona favorita, sin embargo, vine a pedirte un enorme favor.

Cruzó los brazos y enarcó una ceja. Señaló con los ojos las maletas a mi alrededor. Reí nerviosa. Claro, mis intenciones eran fáciles de adivinar.

— ¿Qué hiciste ahora, Rory? — preguntó dándome una mirada de decepción. Bueno, él conocía mi mala suerte.

— Eh, verás, me he quedado sin casa — me limité a responder. Mis piernas rogaban por un descanso y bostezaba cada dos minutos. El efecto del café se había pasado y el sueño recaía pesadamente.

— ¿No estabas en el extranjero?— wow, no lo recordaba tan curioso. Asentí usando mi escasa energía. Dios, no me sentía bien para explicaciones. — ¿Cómo me encontraste?

— Tu mamá fue muy amable de darme tu dirección — sonreí exageradamente y puse mis manos en mi espalda. — Entonces, ¿puedo quedarme contigo durante un tiempo? — me paré sobre mis puntas.

Él suspiró y se reclinó contra el borde de la puerta.

— ¿Por qué debería hacerlo? ¿Acaso te han transferido a alguna universidad de aquí? — preguntó evidentemente inseguro de aceptar mi tonta petición. Agh, me rechazaría. Cuando le contara que mis planes se frustraron, él me cerraría la puerta en las narices.

— No... he dejado la universidad — admití avergonzada — Sólo necesito un lugar para vivir, el problema es que no tengo el suficiente dinero para conseguirme un departamento.

Odiaba sentir su lástima. Ni siquiera podía imaginar las razones de mi humillación frente a su puerta. No quería su lástima, solo su hospitalidad. Dos cosas distintas.

— Rory, me odias. No me toleras, en absoluto — puntualizó aún sin dar crédito a mi presencia.

Mordí mi labio. Bueno, era cierto. Thomas era la persona más fastidiosa que se había cruzado en mi vida. Acabó con mi paciencia, provocó muchos de mis berrinches y arruinó mi disco favorito.

— Ay, claro que no — mi voz sonó demasiado fingida.

— Me lo dijiste diez veces el día que me mudé aquí — soltó en defensa. Parpadeé pensativa. Oh, ¿por qué siempre era honesta?

— Por favor, Thomas — era momento de recurrir al chantaje. No cedería a mi amabilidad, quizás sí a las propuestas — No será permanente. Puedo dormir en el sofá o en el suelo. Buscaré trabajo de inmediato y te ayudaré a pagar la renta y los gastos.

Nada. No lo convencí.

— ¡Lavaré los platos! — dije en pánico.

— Eres una floja de lo peor — sentenció.

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