Nueve

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— ¿Aún estás enojado? — pregunté asomando la nariz a la habitación de Thomas.

— ¿Ya le dijiste a Daniel que te gusta? — no era la respuesta esperada.

Fingí pensar.

— Hum... claro que no, ni planeo decírselo. Tengo dignidad y él es demasiado idiota para mí — fui honesta, lo cual me mantenía realista. No estaba lista para comprometerme a una relación. Estaba ocupada en otras actividades que evitaban que me sintiera como una fracasada. No sólo era el trabajo en el café y en el club, también me inscribí a clases de baile, aunque me apenaba tanto mi incomparable torpeza, que siempre vestía un hoodie inmenso color negro, no me quitaba la capucha y no hacía contacto visual.

Y Daniel... joder, Daniel estudiaba no sabía qué en la NYU, asistía a un conservatorio de música por pasatiempo y cocinaba de maravilla, ah, y cabía mencionar que su apartamento era lujoso y nadaba a la perfección. Junto a él era una vergüenza de persona. ¿Me estaba comparando con él? Sí. ¿Eso me hacía sentir inferior? ¡Sin duda!

Me adentré y me senté al borde la cama. Thomas leía un grueso libro de... una materia rara.

— ¿Y cómo era tu novio que no conocí? — no lo culpaba por ser curioso, sin embargo era extraño pensar en Connor.

Me removí y tomé una bocanada de aire.

— Era mi compañero en el club de literatura. Tímido, torpe, observador y muy perverso en el interior. — lo describí lo mejor que fui capaz. Me estremecí al recordar nuestros momentos juntos. Fueron intensos. El chico estaba seguro de lo que quería conseguir, sus deseos sobrepasaban los límites, aunque eso no lo detenía.

— ¿Te divertiste durante su relación?

Analicé la pregunta.

— Era superiora, me gustaba ver su frustración siempre que lo vencía o no cedía a sus intentos de acostarse conmigo — comenté deshaciéndome de los converse. — Y antes de que lo menciones, sí, Daniel es superior a mí.

Fastidiado, alborotó mi cabello sin piedad.

— Ah, no te acomplejes. Le gustas, tontita.

Me apresuré a corregirle.

— Le gustan mis pecas — señalé mi rostro exagerando un poco con los movimientos de mano.

— No te sorprendió que lo supiera sin preguntarte de nuevo — comentó cerrando el libro y reclinando la cabeza en mi hombro. Bien, Thomas cariñoso volvió, era una buena señal.

— Era imposible que no lo adivinaras. Soy un jodido libro abierto para ti — hice un puchero. Aunque quisiera ocultarle algo, eventualmente Thomas lo descubriría, así había sido siempre. Después de muchos años juntos, los secretos eran una broma, no existían.

No obstante, yo era vulnerable y él discreto.

— Hum, para corroborar, confiésalo. Dilo en voz alta — me pidió sonriendo divertido. Supongo que era por el hecho de que por primera vez en mi vida, un chico me atraía de verdad, no porque se me declaró y me apenó rechazarlo.

Suspiré.

— Me gusta Daniel.

— ¿Cómo?

— ¡Oh, vamos! — agudicé la voz en el grito y le golpeé sin cuidado usando una almohada como arma.

— ¡Aw, Rory!

— Sí, me gusta Daniel — repetí y al ver que le faltaba el aliento por reírse como foca, quise ahorcarlo. Chillé igual que una niña pequeña haciendo una rabieta y fingí llorar rogándole que no se burlara de mis sentimientos.

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