Siete

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Puse la botella de jugo sobre el mostrador. La chica la cobró y yo pagué. Salí de la tienda, el frío viento matutino me recibió. Crucé la calle y después de cinco minutos, estaba dentro del hospital. Entré a la habitación compartida de Thomas, el doctor quiso darle dos días internado, además de que la política fue a entrevistarlo por el accidente ahí mismo. Era su último día y yo fui a comprarme un jugo mientras él se cambiaba con la ropa que le llevé. Daniel no me acompañó desde la mañana del desayuno. No había tenido señales de vida de su parte. Ese día se despidió de mí con un asentimiento de cabeza. La calidez en sus ojos era nula.

Cada vez era más evidente que renunció a mí.

Nunca fuimos "algo", pero presentía que él quería ser mi amigo, o por lo menos compañero.

En fin, las probabilidades desaparecieron.

Thomas me esperaba sentado en la orilla de su cama, con la mochila en el regazo. Extendió su mano, lo que significaba que quería que la tomara. Lo hice sin dudar y juntos, caminamos hacia la recepción para confirmar su salida. Mi amigo caminaba sin dificultad, la hinchazón desapareció y sus golpes ya no eran tan feos.

Me alegraba verlo sereno. Con su sonrisa de comisuras ligeramente alzadas, su mano inquieta dentro a medias del bolsillos de sus jeans. En la estación del metro, no me permitió avanzar para subir al mismo que él. Huh, diablos, lo recordó.

— Tú vas a ir al recital — señaló soplando en mis manos en un fallido intento de calentarlas. Desde esa cercanía, distinguí las heridas en sus nudillos. Reprimí un comentario inapropiado.

— Pero quiero estar contigo — renegué agudizando la voz.

— Lo estarás cuando regreses. Ve, Rory. — me soltó.

— Ugh, ¡ya voy! — exclamé sin deseos de escuchar que me rogara para que asistiera inventando razones para hacerme sentir obligada a ir.

Él formó un corazón con su dedo índice y pulgar, en cambio, yo le mostré el dedo corazón mientras me alejaba. Bueno, al menos elegí la falda negra bonita.

Entregué el pase a la mujer de la entrada. Lo revisó y me permitió entrar. Wow, el auditorio era inmenso. El escenario estaba decorado sencillamente. Había una luz potente en el centro, supuse que ahí estarían los instrumentos y sus intérpretes. Elegí un asiento en la zona intermedia. Discreto y con buena vista. Estaba nerviosa. Estaría sola en un sitio repleto de personas de Nueva York.

El recital dio inicio pronto. La primera, fue una chica violinista, en seguida, un chico con un violonchelo. Ansiosa, me preguntaba cuándo sería el turno de Daniel. Quería comprobar si lo que dijo Cece era verdad. Y por supuesto, corroborar los dedos hábiles.

— Wow, viniste, Rory — giré la cabeza en cuanto escuché su voz. Daniel ocupó el asiento a mi izquierda. Usaba pantalones de vestir color negro, una camisa blanca y corbata negra. Silbé en mi mente por su increíble aspecto. El chico era atractivo sin esforzarse.

Apartando los pensamientos innecesarios, sonreí exhausta. La música era suave y considerando que no había dormido ya que me sentía mal pensando en Thomas y su estancia en el hospital, el sueño estaba ganándome.

— ¿Cuándo será tu turno? — me limité a preguntar conteniendo el impulso de tocar su cabello. Cada vez lo veía más blanco y a su piel más pálida. Joder, iba a desaparecer.

— Soy el último — respondió y yo alcé las cejas sorprendida — Huh, verás, ahí — señaló los asientos de la parte de abajo — está Stevie Wonder.

Ahogué un grito.

— ¿En serio?

— No — rió ligeramente. Lo fulminé con la mirada por haberme tomado el pelo, grosero. — Pero sería cool que lo fuera y así te explicaría que soy el último para impresionarlo.

bad seedDonde viven las historias. Descúbrelo ahora