Cuatro

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Muchos incidentes habían pasado el jueves por la noche. Recordaba fragmentos, sin embargo, eran suficientes para reprocharme por irresponsable. Sí, yo había jodido el celular de Daniel, evidentemente, fue un accidente. No me agradaba, no obstante eso no significaba que destrozaría su celular sólo por diversión.

Todo comenzó cuando Thomas decidió jugar con mis sentimientos y rompió mi bol especial para ramen. Él puso la excusa de que yo no lo guardé en un lugar apropiado y por ello se cayó cuando él abrió la pequeña puerta de la alacena. No le creí nada. El idiota de mierda se enojó y siempre que lo hacía, le gustaba hacerme sufrir, era vengativo.

¿Motivo de la venganza? Cometí un enorme error: me burlé de la chica que le gustaba. No le agradó que la llamara: cara de zorra, manipuladora y egocéntrica. Demasiado honesta. Me bastó estar alrededor de ella quince minutos para reconocer sus características. Por consiguiente, Tom rompió mi preciado bol.

Tuve que contenerme de llorar. Yo... no tenía la menor idea de los sentimientos de Thomas hacia esa chica, de lo contrario, jamás hubiera dicho esos insultos en voz alta. No me molesté en disculparme, cogí mi bolso y salí corriendo. Quizás estaba siendo dramática, pero si no me distraía pronto, terminaría llorando a causa del coraje. Okay, fue mi culpa. Sus actos infantiles estaban de sobra. Pensé que había superado esa fase.

Cansada de caminar, con frío y el remordimiento torturándome, entré a lo que a simple vista parecía un bar y lo era. Me dejaron de entrar apesar de ser menor de edad cuando vieron mi cara de furia. No, sólo bromeaba, tuve que entrar mezclándome con un grupo que llegó detrás de mí. Perdí la cuenta de las botellas de cerveza que pedía sin cesar. Odiaba el sabor, pero tenía curiosidad. La única vez que estuve ebria, fue porque unos chicos pusieron vodka en mi soda de naranja sin que me diera cuenta. Esta vez, era curiosidad. ¿Era cierto que el alcohol ahogaba penas? Yo tenía un montón.

Cerré los ojos con fuerza comenzado a sentirme mareada. Al abrirlos, un chico de cabello rubio apareció frente a mí. Había girado mi taburete sin mi autorización. Sus manos hicieron presión en mi rostro, apretujando las mejillas.

— Hola, Rory — saludó arrebatándome la cerveza de la mano, él se llevó la boquilla con mi saliva a sus labios. Wow, qué atrevido. Compartiría saliva conmigo y no le importaba.

A duras penas recordaba quién era. Su nombre empezaba con D.

— Hola... tú — wow, mi voz sonaba rara. Además, la simple acción de hablar resultaba extraña.

¡Un momento!

— Day, ¿eres tú? — no me a creía. ¡Lucía muy distinto! Sus ojos resaltaban por el color tan claro de su cabello y se veía muy mono con su suéter largo y holgado color negro. No pude evitar reír a carcajadas. El idiota se había teñido. ¿Por qué era divertido?

— Sí — confirmó — estás ebria.

— No me digas — solté sarcástica.

Se llevó una mano a la barbilla pensativo, miró hacia arriba y esbozó una sonrisa maliciosa. Me asusté por un segundo que después se convirtió en alegría cuando él pellizco mis mejillas y me acarició la cabeza alborotando mi cabello. Era adorable ver su sonrisa, se formaban unos casi imperceptibles hoyuelos.

— Ugh, olvidé mi bolsa de papel — recordé frustrada. Recliné mi cara en mi mano con el codo en la barra. Mi rostro estaba expuesto, ¡Daniel acababa de pellizcarlo! Ay, qué tonta.

— ¿Para qué la necesitas? — preguntó demasiado interesado terminando la botella de cerveza.

Dudé en hablar, pero al finar me importó una mierda.

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