Ocho

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— ¡Gracias por su preferencia! — me despedí de los clientes y regresé junto a Charlotte, quien, nada entusiasta, vaciaba azúcar en un tarro. — No creí que ser mesera fuera tan fastidioso — bufé deseando lanzar la pequeña libreta en la que escribía los pedidos a la licuadora.

— Tú pediste el empleo — me recordó para librarse de cualquier acusación.

— Huh, pero no tomé en cuenta que estaría obligada a sonreír toda la tarde — hice un puchero que desapareció cuando Daniel cruzó la puerta.

Lo primero que noté fue que su cabello era negro, otra vez. Ocupó la mesa a lado de la ventana y, como una mesera responsable, no tardé en acercarme. Carraspeé antes de hacer la típica introducción y la pregunta.

— Eh... — alzó la vista y disimuló no haber sonreído al verme. Ah, ¿le alegró? — ¿Qué me recomienda?

Fingí pensar.

— ¿Le gustaría un pastel? — ofrecí burlona — Puedo distribuirlo en su rostro de manera gratuita.

— No lo harías.

Oh wow, ¿estaba retándome?

— ¿Cómo estás seguro? — puse mis brazos en jarras, interrogante.

— Necesitas el trabajo para sobrevivir — así, sin nada de tacto, me dijo la cruel verdad. Quise abofetearlo, contraatacar con algo mucho más ofensivo, sin embargo, no era el lugar apropiado.

Sin molestarme en escribir, forcé una sonrisa.

— Un café americano y una rebanada de pastel, perfecta elección, señor — mascullé sin romper el contacto visual. Sus pequeños ojos, inquisitivos, se reían de mí, lo cual me enfureció.

Me di la media vuelta.

— Oh, cuidado con esa cadera, señora. Las canas lucen bien en ti — alzó la voz para que escuchara cada palabra mientras me alejaba.

Informé del pedido a Charlotte y ella me miró confundida, de seguro estaba expulsando humo por las orejas del coraje. Otra cosa que no consideré antes de pedir el empleo, era que no tenía paciencia y menos con personas como Daniel que su mera presencia era una tortura para mí.

Cuando me volví con la taza y el plato en la mano, una chica había aparecido y saludaba a Daniel afablemente. Los observé ladeando la cabeza. Qué curioso. En estos meses, no conocía a una chica que le hablara a Daniel, a excepción de Ellie. Cece no contaba ya que la ignoró descaradamente, en cambio, ahora le respondía a esa chica de cabello corto.

Insegura de dirigirme hacia allá o esconderme en las sombras, sentí a Charlotte jalar mi cabello, señaló una mesa al fondo esperando a una mesera. Mierda, perdía el tiempo.

Después de acomodar cuidadosamente las cosas en su mesa, hice una efímera reverencia (una costumbre que seguía siendo totalmente japonesa y Charlotte se mofaba por ello) y sin esperar agradecimiento de su parte, fui hacia la otra mesa.

Hum, sentía el peso de sus miradas en mi espalda. Joder, era incómodo. ¿Y si el estúpido me involucraba en una escena dramática de anime? No estaba preparada.

Comprobé la hora. ¡Genial! Mi turno terminó. Devolví la pequeña libreta a Charlotte, me despedí olvidando por quinta vez en el día que la reverencia no era requerida. Incapaz de ver a Daniel, crucé el umbral y, afortunadamente, en breve, conseguí un taxi.

Lástima que él era más rápido y logró detenerme antes de que abriera la puerta del auto. Sus manos rodearon mi cuello desde la espalda pegándome a él. El taxi avanzó sin molestarme en esperarme.

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