Capítulo Veintiuno: El llavero egipcio

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Cuando Gemma se fue, éramos Carter y yo contra el mundo. En ese entonces teníamos diez años, y no contábamos con la inteligencia suficiente para notar cuando la gente es buena o mala. Nos habíamos hecho amigos de dos chicos más; se conocían de toda la vida y nos habían parecido divertidos. Empezamos a almorzar con ellos y hablar de tonterías como los Jonas Brothers o a burlarnos de algún profesor. Pasaron dos años y aún opinaba eso de ellos, motivo por el que no esperaba que sucediera lo que le siguió a esa cadena de eventos: Delfina y Eduardo revelaron secretos nuestros para poder ser populares. Una tontería, pero ellos decidieron que era lo mejor. Así que en una semana medio colegio se había enterado de que mi padre era un violento y que era una chica mucho más insegura de lo que parecía, que creía que el líder de los populares era lindo y que había perdido el contacto con mi mejor amiga dos años atrás. Fuimos por un largo año blanco de burlas y comentarios nada agradables hasta que se cansaron de nosotros. Un año después, Carter se había ido y yo me había hecho algunos amigos, Santiago entre ellos.

Y luego el estúpido de Jackson secuestró a mi familia y le dio un giro ciento ochenta a mi vida que no quería ni necesitaba. Estaba bien, maldita sea. Todo estaba bien, ¡pero no, claro que no! Ese egoísta decide por mí que, si él no podía tener a su familia, yo tendría que pagar por ello. ¡Caradura!

—Alette, hola. Carter, te ves bien —nos saludó Delfina con lo que yo vi como una sonrisa más falsa que la afirmación "no soy la Elegida." Carter los miró sorprendido, supuse que por verlos de nuevo.

—Delfina —gruñí en su dirección. Carter abrió aún más los ojos, pero decidió no abrir la boca.

—Bien, veo que seguís enojada. Pero vos me mandaste un mensaje, así que hablá. —La miré confundida y llevé mis ojos directamente hacia mi mochila. Maldigo el día que robé a Xander.

—¿Te mencioné que trajeras algún objeto en específico? —le pregunté.

Delfina me lanza un llavero de una D dorada con brillitos. Lo agarro y el llavero se transforma en un gato dorado. Lo ato al cierre de mi chaqueta y les sonrío.

—Gracias.

Ella asiente y amaga para irse, pero la culpa me invade. Ella fue buena conmigo: me trajo el llavero.

—¿No quieren almorzar con nosotros? —les ofrezco. Sus ojos brillan y asienten, agradecidos.

—Nos encantaría. —Delfina y Eduardo empujan dos sillas hacia nuestra mesa y nos miran, sorprendidos.

—Cómo cambian las personas en tres meses, eh. ¿A dónde te mudaste? —me pregunta Eduardo.

—Francia. Escuché que Santiago se fue a Capital. —Ambos asintieron y se miraron entre sí.

—Alette... Queríamos disculparnos con vos; estuvo mal contar tus secretos a cambio de nuevos amigos.  En serio, perdón. ¡Nosotros también nos cambiamos de colegio! Por cierto, ¿me pasarías tus notas de Magia Básica, Carter? Perdí las mías. —Abrí los ojos como platos y mi mirada se dividió en Carter y Delfina. Al parecer era por eso que estaba tan sorprendido; no la reconoció en su momento.

—Claro —logró articular él. Lo miré confundida y leí el mismo sentimiento en sus ojos.

—Te las pido cuando empiecen de nuevo las clases. Por cierto, no logré descubrir el poder del llavero. Traté, pero no entiendo qué hace ni cómo funciona. —Asentí y la miré comprensiva.

—Pásame el llavero, Alette. A ver si lo logro —me pidió Gemma. Se lo lancé y ella lo miró preocupada.

—Uh, este no me gusta. Cargas explosivas —dijo ella.

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