Capítulo Veinticinco: Navidades, Belle's y Muérdagos

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—Magos, contesten la adivinanza para poder cruzar. Silba sin boca, corre sin pies, te pega en la espalda y no lo ves. ¿Qué es? —Rodé los ojos y empecé a pensar la respuesta. Sin embargo, alguien me ganó de antemano.

—El aire —contestó Chris seguro. Las puertas se abrieron y la arena nos rodeó. Salimos del portal en algún lugar que no recordaba, pero que al fijarme mejor noté que era donde yo había aterrizado la primera vez.

—¡Eso fue genial! Ni Alette responde tan rápido —lo halagó Gemma. Asentí y dejé un fugaz beso en su mejilla.

—Bien, Sherlock. Ahora, los dejo para que vayan a escuchar los insultos hacia mi persona de sus familias por asustarlos y ponerlos en riesgo.

Chris besó mi cachete y se fue, seguido de Melinda.

—Los quiero a los cuatro en Belle's a las dos de la tarde de mañana, ¿alguna objeción? —Ninguno dijo nada y les sonreí. —Vayan con sus familias, vamos. —Los cuatro asintieron y se transportaron a sus casas.

Decidí ir caminando hasta la mía, principalmente porque estaba a unas quince cuadras y necesitaba un pequeño impulso. Ver las bellas casas, a las familias compartiendo las festividades y a los niños jugando en las calles fue suficiente motivo para querer proteger a toda esa gente inocente. Ahí fue cuando tomé una terrible decisión; una de la que me carcomería por semanas.

Pero esa decisión no es relevante en este momento; ya se las comentaré después.

En cuanto observé mi casa (de la que había salido hace media hora), noté que no se parecía en nada a la casa de Aitana. No tenía esa vida, no tenía decoraciones navideñas, no olía a galletitas de canela.

Galletitas de canela...

Saqué mis llaves de la mochila y las calcé en la cerradura. Giré la pieza de metal y empujé la puerta, lanzando mi mochila al sillón.

—¡Llegué! —grité, y no pasaron ni diez segundos para que mi familia me sofocara a abrazos. Se los devolví con la misma fuerza y nos separamos unos minutos después.

—¿Estás bien? ¿Te duele algo? ¿¡Y esas heridas!? —preguntó mamá preocupada. Le sonreí y empecé a responder a cada pregunta.

—Estoy bien, mi hombro está molestándome un poco. Me atacaron de sorpresa; la chica no pudo levantarse por unas horas. —Mamá rió y golpeó mi hombro.

—Esa es mi hija. ¡Te extrañamos muchísimo! ¿Cómo les fue? —Sonreí y los cuatro nos sentamos en el sillón. Y así, con la compañía de las clásicas galletitas de Navidad, me pusieron al corriente.

—¡Mamá ya nos inscribió a la Academia el próximo trimestre! ¡Mel Stone también vendrá! ¡¡Esto va a ser muy divertido!! —Reí ante la emoción de Charlotte y miré a Adrien expectante, que observaba algo en mi muñeca.

—¿Me prestarías uno de tus aparatitos con poderes? Para probar nada más. —Me saqué una de las pulseras de adherencia y se la tendí.

—A lo Spider-Man, bro(1). —Los tres siempre nos habíamos entendido a la perfección. No sé, eso de pasar cosas difíciles juntos nos había hecho mejores amigos. Fue por eso que Adrien no tardó ni un segundo en entender el poder de este objeto, y yo no tardé un segundo en presionar mi dedo en la pulsera.

Mi hermano se adhirió a la pared y rió. Cuando intentó despegarse, le fue imposible. Siguió tironeando unos minutos, aunque ambos sabíamos que no funcionaría.

—¿Necesitás ayuda? —le pregunté con una sonrisa traviesa.

—Que dejes de hacer lo que sea que estás haciendo y me pueda despegar de la pared —contestó molesto.

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