Parte 81

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—¿Hablar qué, Oliver? ¿Qué me vas a decir? Me plantaste.

—Alex, yo no te planté, maldición. Sí, tal vez me retrasé, tenía mucho trabajo ¿Por qué no puedes comprender eso?

—Porque me duele, Oliver. Pasé todo el día intentando que fuera perfecto para ti...

—Yo nunca me imaginé que te molestarías tanto por retrasarme en una cena —me habla con tono reñido y me duele.

—¿Tú te retrasas una hora para ir a una cena con tus socios? —él hace una pausa, me quedo en silencio por unos segundos, cuando iba a despedirme contesta finalmente.

—N... no —balbucea —pero eso es trabajo, no puedo hacer eso porque no me verán como una persona seria —a eso quería caer, una cena con socios es más importante para él.

*****

—Señora Anderson... —la voz del abogado me saca de mis recueros y dirijo mi mirada a él quitándola de la ventana con vidrio azulado.

—Carlin... por favor —corrijo, él apenado musita un "lo siento", simplemente le sonrío y vuelvo mi mirada a la ventana donde estaban mis ojos puestos hace unos segundos.

—Analicé su caso y el señor Anderson no estipuló nada de bienes separados con usted, lo que significa que todo lo que él ha adquirido este tiempo incluyendo importantes acciones el 50% le corresponde a su persona.

—Yo no quiero nada —dejo salir, sin dar vueltas al asunto, no despego la mirada de aquella ventana, de aquel vidrio azulado que malditamente me recuerda a sus ojos.

—¿Sabe a lo que está renunciando? —cuestiona, me mira como cualquiera lo hubiese hecho al escuchar que no quiero millones de Oliver en mi cuenta.

—Lo sé —contesto, con voz apacible, estoy segura que Oliver no estipuló nada al respecto porque sabía que yo no iba a aprovecharme de la situación y no quiero hacerlo, yo no soy ambiciosa —no quiero ningún porcentaje de lo que sea suyo.

El asiente, sin decir más, me extiende los papeles y una pluma, me quedo estática viendo los papeles de divorcio por varios segundos, segundos eternos para mí, dirijo mi mano al pliego y me debato entre firmar o no, mi garganta está seca y mi corazón se saldrá de mi pecho, todo mi viaje pensé en esto, siento que una lágrimas rodará por mi mejilla, nunca pensé que esto iba a ser tan difícil.

—Señora Carlin ¿Está segura de que quiere hacer esto? —habla el abogado frente a mí al ver mi indecisión, mantengo fija mi mirada en un clip que está sobre el escritorio, es blanco, uno de los colores favoritos de Oliver.

******

—¡Maldición! Se supone que tú eres mi esposa debes comprenderme, pero comprensión de parte tuya es lo que menos tengo, sólo fue una estúpida cena, Alex —¿estúpida cena? por un momento, siento como un balde de agua fría me cae encima, las ganas de llorar se apoderan de mí nuevamente y yo que creí que ya había sido suficiente —y actúas como si era nuestra boda y te he dejado plantada en el altar.

—Una estúpida cena que me costó preparar para que fuera perfecto para ti —mi voz se quiebra ¡Maldita sea! Esto para mí se acabó.

—Alex, quieres que me ponga en tu lugar, pero ¿Quién se pone en el mío? Dime ¿Quién? Por qué tú no me comprendes? ¡Tienes toda tu vida para verme! Para preparar otra cena, vendrán mucho cumpleaños más, pero en el trabajo aprovecho las oportunidades o las pierdo —no digo una palabra, me contengo las ganas de decirle que también a mi me puede perder, pero de hecho... ya me perdió.

*****

Como odié esa última llamada teléfonica.

Sin pensarlo dos veces, con las manos frías y temblorosas dibujo mi firma en el lugar indicado, el espacio de Oliver está en blanco aún. Oliver Anderson, ese nombre hace dar a mi corazón mil vuelcos.

El abogado toma el papel y mi vista se queda fija hacia algún punto del lugar mientras me recuesto en el espaldar del sillón de la oficina del abogado.

—Se los enviaré al señor Anderson hoy mismo —despego mi mirada de aquel punto que se había vuelto interesante para mí en esos momentos y la llevo al abogado quién me extiende la mano, se la tomo y sin mencionar una palabra, extiende su brazo en dirección a la salida, me pongo de pie, acomodando mi chaqueta roja y salgo de aquel lugar, no sé ni dónde piso, sólo camino hacia mi auto desorientada, todo para mí se vuelve gris, cuánto no pagaría por devolver el tiempo y nunca haber entrado a la revista Anderson.

Me hundo entre mis sábanas hecha un ovillo una vez que llego a mi habitación en mi nuevo apartamento, con esa opresión en mi pecho, un dolor incesante que no me deja respirar, trago saliva intentando calmar el nudo que quema en mi garganta. Las lágrimas inundan mi rostro, mis ojos arden, esto duele, duele como el infierno, amar duele... muchas veces sentí el impulso de llamarlo, de volver a mi vida junto a él, pero esa llamada telefónica ronda en mi cabeza una y otra vez.

No sé por cuánto tiempo lloré ese día que firmé esos papeles, pero cuando me percaté ya era media noche, una fría noche y estaba sentada frente a la ventana mi aliento empañaba el cristal. Como si el cielo comprendiera lo que sentía, de inmediato una tormenta se desbordó y las lágrimas que empapaban mis mejillas caían al son de las gotas de lluvia escurriéndose por la ventana. Intenté contener las lágrimas muchas veces porque ya no tenía sentido para mí llorar por algo que ya estaba hecho, lo más seguro es que él ya lo haya superado y yo estaba ahí lamentándome. Me quedé sentada viendo al vacío... no entendía como eso me había sobrepasado a tal manera cuando yo siempre me dije que era fuerte...pero la verdad, nadie me había llegado tanto como él.

Siempre despierto con la sensación que él está a mi lado, hasta que caigo en cuenta que ya no está, ni va a estarlo, que ya nada será lo mismo, que ya no acariciaré su cabello antes de dormir, que ya no escucharé sus risas, ni su karaoke en el baño intentando simular la voz de Steven Tyler, ya nadie cambiará la emisora de mi auto cuando música de Eminem empiece a sonar, ni tendré a alguien todos los domingos intentando hacerme un almuerzo, aunque eso últimamente había cambiado porque hasta la hora de almuerzo un domingo era hora de trabajo. Todo lo hago de manera mecánica, conduzco sin dirección, camino sin rumbo, mi mente no está conectada de mi cuerpo, si no es por los leves latidos de mi corazón juraría que estoy muerta.


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—Alex —volteo mi mirada en dirección a la voz, esa voz que de inmediato mi cerebro reconoce.

—Dime... —tomo su mano, esa fina y suave mano, me da una vuelta rápida que me hace sonreír.

—Te amo —me apega a su cuerpo sosteniéndome con sus brazos por mi cintura.

—Y yo a ti, Oliver —pega sus labios a los míos y se separa lentamente para ver mis ojos, me pierdo en esos cielos nocturnos, me pierdo en su aroma, en su piel.


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Despierto de golpe ¡maldita sea! ese dolor punzante se instala en mi pecho nuevamente, ese nudo en mi garganta otra vez y sin pensarla, las lágrimas amenazan por correr por mis mejillas, esto es una maldita tortura.



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Esposa de mi jefe © (Borrador de la 1era edición - 2016)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora