Capítulo 1: Poder y resistencia

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Teo despertó inquieto. En todos los años transcurridos desde aquella madrugada, nunca había vuelto a tener consciencia de aquel episodio. Era como si una pesada puerta se hubiese cerrado sobre aquel recuerdo y lo hubiese mantenido oculto bajo llave. Pero, ahora, volvía cada noche trayendo con él un nuevo detalle. No era el primer sueño extraño que tenía, pero sí el más revelador. Hasta el momento sólo habían sido piezas sueltas que no hacían referencia a nada: un azul eléctrico suspendido en el vacío, voces que lo llamaban, el rostro de su padre desfigurado por el terror.

Todo había comenzado desde que atravesaron las Montañas Azules; su mente se había visto invadida por pensamientos intrusivos que se le imponían, sin que pudiese hacer nada para evitarlo. Sabía que todo aquello significaba algo, pero no sabía qué. Claro que existía la posibilidad de que todo fuese una invención de su cabeza, pero no lo creía. Refugiarse en esa idea sólo era un consuelo; la negación radical de que algo estaba pasando.

Cuando se incorporó, vio que todos dormían a excepción de Ísgalis. Desde la cima del cerro donde se habían asentado, observaba la gran extensión de pradera que tenían por delante.

—Se supone que todos debemos descansar —dijo Teo, acercándose a ella.

—¿Sí? Entonces, ¿qué hacés despierto?

—No podía dormir. Ya van seis noches seguidas que sueño cosas raras.

—¿Seis noches? No creo que sea casualidad, Teo.

—Lo sé; los sueños empezaron el mismo día en que pisamos este lado del Continente.

—¿Qué fue lo que soñaste?

—A mi papá... Y a Steffi. No puedo dejar de pensar en ellos.

—Eso es normal; los extrañás.

—Sí, lo sé. Pero hay algo más, Ísgalis.

—¿Qué es?

—Creo que no son sólo sueños, sino... recuerdos.

—¿Recuerdos de qué?

—Recuerdos de mi infancia ¡que ni siquiera sabía que tenía! ¡Voces que me llaman y dicen mi nombre! ¡La presencia de algo maligno que acecha en las sombras!

—¿Tenés idea de qué pueda ser?

—No, ninguna. Sólo sé que una de las voces que me llama es la de mi mamá. ¡Sé que ella quiere advertirme de algo, pero no sé de qué!

Ísgalis hizo un largo silencio.

—Yo también he tenido malos sueños —dijo, sin estar segura de hacerlo—. No quería alarmarlos, porque creía que sólo eran desvaríos míos... Pero, ahora que me decís esto, no puedo seguir pensando del mismo modo.

—¿Creés que son recuerdos, también?

—No, es algo distinto. No los siento propios, más bien es como si viniesen de afuera. Como el eco de un trueno que se filtra en mis sueños, anunciando que va a haber tormenta.

—¿Creés que sea una especie de visión?

—No lo sé; tal vez. Desde que mi cuerpo astral abandonó mi cuerpo físico, siento como si pudiese ver y oír más allá de mis sentidos.

—¿Y qué fue lo que viste?

—A un hombre y a una niña. No puedo ver sus rostros, pero sé que no se traen nada bueno entre manos.

—¿Qué querés decir?

—Que debemos estar atentos. Ya oíste lo que nos dijo Irkman antes de suicidarse: el Enemigo va a estar esperándonos en Nun. Sean quienes sean, estoy segura de que el hombre y la niña de mis sueños son sus instrumentos. No querrás que nos encuentren con la guardia baja.

Árdoras: La Princesa Roja [#2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora