Capítulo 2: Las secuelas de la tristeza

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—¡¿Y qué se supone que debemos hacer con él, entonces?! —bramó Ísgalis, furiosa, no pudiendo dar crédito de lo que oía—. ¡¿Abandonarlo acá, en medio de la nada?!

—¡Los niños tienen miedo, Ísgalis! —replicó Jayden, sin acobardarse—. ¡Teo está cada vez más inestable! ¡Ya viste lo que le hizo a Roderic!

—¡Pero él es uno de nosotros! ¡No podemos darle la espalda! ¡Necesita nuestra contención, nuestro apoyo!

—Desde que atravesamos la Montañas Azules, Teo no es el mismo. No sé qué le pase, pero algo no anda bien con él. ¿Qué sucederá el día que ya no tenga control sobre sí mismo? ¿Estás dispuesta a sacrificar a tres niños inocentes para salvar a uno?

—Teo jamás renunció a ninguno de nosotros. ¡Por supuesto que estoy dispuesta a sacrificar cuanto sea necesario para salvarlo! No olvides que todos estamos acá gracias a él...

—¡En todo caso, Baruj y vos están acá gracias a él! Yo no le debo nada.

—Fue Teo quien nos sacó de la Parcela Fría.

—¡No lo hizo! ¡Fue Roderic! ¡Gracias a Roderic estamos todos con vida! ¡Es a la única persona a la que le debo lealtad! — Jayden dio media vuelta y se retiró.

Cayó la noche sobre el campamento. Roderic yacía tendido en el interior de una carpa improvisada con troncos, ramas y hojas. Después del enfrentamiento con Teo, había sufrido una severa recaída. Al parecer, la adrenalina descargada por su instinto de supervivencia le permitió reincorporarse casi instantáneamente y responder al segundo ataque del niño (sabiduría propia de la larga evolución del instinto, que brinda respuestas acertadas en el momento indicado). Sin embargo, el desmedido gasto de kánaj para sanar las heridas de su cuerpo, lo había dejado extremadamente debilitado. Jayden cuidó de él lo que restaba de la noche, acompañada por Baruj y Tiziano.

Al despertar, en medio de la consternación y el temor de todos, Teo decidió alejarse del campamento. Ísgalis intentó retenerlo, pero el niño se rehusó, y la Guardiana comprendió que necesitaba un momento a solas para serenarse y pensar.

A medio kilómetro de allí, halló un manso arroyo de agua cristalina y se sentó debajo de un sauce que inclinaba su peso sobre él. Intentó poner su mente en blanco y perder sus pensamientos en el brillo de la luna, pero en pocos segundos se evidenció su rotundo fracaso. Descubrió que tenía miedo de sí mismo. En las últimas semanas, la demencial velocidad de los sucesos, no le había permitido reflexionar acerca de la fragilidad de su entera existencia: Elán se estaba volviendo más fuerte y él no podía hacer nada para evitarlo. En el entrenamiento con Roderic, había desplegado una muestra de su poderío y dejado en claro quién estaba a cargo de su destino. Pero, ¿simplemente debía aceptarlo? ¿Permitir que un demonio le arrebatara todo en un instante?

Y, sin embargo, ¿qué podía hacer? No había manera de exorcizar a un demonio huésped. Poco a poco, perdería el control sobre sí mismo y sería un extranjero en su propio cuerpo. ¡Era aterrador! Nunca, en toda su vida, había sentido tanto miedo como en ese momento. Él sabía lo que le sucedería; era consciente de ello. Pero, de pronto, comprendió que era real. Que no podría escapar. Que se convertiría en un monstruo... Ya no era un pensamiento más, traspapelado en el gran archivo de su mente. Ahora, esa idea se había recubierto de emoción, y la perspectiva de un futuro siniestro lo horrorizaba.

Teo lloró amargamente. Su dolor era tan grande, que sentía que su pecho no lo podía abarcar.

De repente, oyó un sonido a sus espaldas y se puso en alerta.

—No te asustes, Teo. Soy yo —dijo la pequeña Tania, con la voz acongojada—. Solamente, queríamos hacerte compañía —El uso del plural se debía a que la niña llevaba a Noel en sus brazos.

Árdoras: La Princesa Roja [#2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora