Después de varias horas de caminata, Teo y los nókers dieron con la diligencia oculta en el bosque de hayas. El pequeño piper avanzaba a su lado con gesto absorto y compungido.
—Sé que no estás de acuerdo con la decisión que tomé, Scribble —dijo Teo, tomándolo del hombro—. A mí también me duele haberlo hecho, pero era la única manera. No podía exponerlos al peligro que nos espera en Nun. No si de verdad los considero mis amigos.
—Nosotros sabemos eso, Sir Teo. ¡Pero es que extrañamos tanto a nuestros camaradas! Nos duele mucho pensar que, tal vez, nunca volveremos a verlos.
Teo iba a hablar, pero calló. No podía llenarlo de falsas esperanzas. ¿Para qué ilusionarlo, si no sabía si podría cumplir con su promesa?
—¡Allí está! —exclamó Iako, señalando delante de ellos—. Ése es el carruaje con el que huimos de Nun.
Teo detuvo la marcha y lo observó, pensativo.
—¿Qué esperás? —inquirió Taish—. ¿Acaso no era lo que buscábamos? Vamos.
—¡Un momento! —la advirtió, dando un gritito—. No vayas.
—¿Por qué? ¿Qué es lo que ocurre?
—Observá la copa de los árboles que se encuentran en torno a la diligencia.
El bosque de hayas era un magnífico lugar de aire puro y de un hermoso colorido. Los troncos y las ramas de los árboles eran vigorosos, llenos de un verde vivo que transmitía paz y vitalidad. Excepto alrededor del carruaje. Allí las hojas estaban marchitas, los troncos y las ramas podridos, y el suelo oscurecido.
La mirada de los nókers transmitía incredulidad.
—¿Qué hicieron con el cuerpo del conductor después de someterlo a la Voldarg? —preguntó Teo, sin vueltas.
—Lo enterramos debajo de uno de esos árboles —balbuceó Iako, nervioso.
—Lo que imaginaba —resopló el niño—. Ocúltense e intenten no hacer ruido. No debe de estar lejos.
—¿Qué está pasando, niño? —inquirió, ansiosamente, Taish—. Hablá con nosotros.
Sin prestarle atención, Teo sacó las katanas de las sayas que llevaba a las espaldas y avanzó con suma cautela. Aguzó el oído intentando percibir algún movimiento de la criatura, pero no oyó nada. A medida que se aproximaba al carruaje, cerraba con más y más fuerzas las manos sobre las empuñaduras de los sables. Ya junto a la diligencia, inspiró hondo y abrió de un golpe las puertas.
Nada. El monstruo no estaba allí.
—¡Todo en orden! —gritó—. Parece que se ha ido a dar...
Un alarido interrumpió sus palabras. El necróptero los había estado acechando y cuando vio la oportunidad, capturó a Taish por las espaldas. En una fracción de segundos, ascendió a los aires, por encima de la copa de los árboles.
Iako, aturdido por lo repentino de la situación, trepó con destreza única hasta una de las ramas más altas y disparó a la criatura con su arco. Una de las flechas apenas rasgó una de sus alas membranosas, pero otra dio de lleno sobre su corazón. La puntería del nóker era extraordinaria; algo casi nunca visto. Sin embargo, el monstruo seguía batiendo las alas con la misma determinación y brutalidad de antes.
—¡No lo hagas, Iako! —gritó Teo, al ver que el nóker tensaba la cuerda de su arco otra vez—. ¡No va a funcionar! ¡No podés matar a esa cosa con las flechas!
Desoyendo por completo al niño, Iako volvió a disparar. El necróptero hizo un movimiento evasivo tan rápido, que sus ojos apenas lograron percibirlo. Lo primero que pudo distinguir era que la criatura sangraba. Sólo que no era su sangre. La flecha se había enterrado debajo de las costillas de su hermana.
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Árdoras: La Princesa Roja [#2]
FantasySECUELA DE "ÁRDORAS [#1]". Tras derrotar al láotar, Teo continúa su viaje a través de Árdoras en busca de su padre. Acompañado por un grupo de fieles amigos, ahora se dirige a Nun, una de las siete grandes ciudades del Continente, donde espera encon...