Capítulo 9: Puzzle

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—No, esto no puede estar pasando. ¡No puede ser real! —decía Roderic, frotándose las manos nerviosamente.

—Vamos a encontrarlos, Roderic. Te lo prometo —Ísgalis intentaba mantener la entereza. De algún modo, siempre se las arreglaba para adoptar una actitud serena y equilibrada frente a las adversidades. Incluso, aunque su corazón estuviera deshecho, deseaba transmitirles a los demás esperanza y consuelo. En el fondo, tal vez era un modo de apaciguar sus propios miedos y angustias.

—¡¿Y qué si no los encontramos?! —respondió el muchacho, desencajado—. ¡¿Qué si los perdimos para siempre?!

—¡No! —replicó Tania, con un grito que era más de protesta que de desesperación—. ¡Eso no va a pasar! Llegamos hasta acá juntos y vamos a seguir juntos. ¡No nos vamos a rendir!

Casi sin escucharla, Roderic se alejó unos metros de la muchacha y la niña.

—No puedo perderla. No puedo perderla —murmuraba con lágrimas en los ojos—. La necesito conmigo. Yo la amo. ¡La amo! —De pronto, se detuvo en seco, como si un rayo divino lo hubiese iluminado—. Yo la... amo —repitió—. La amo.

El muchacho comenzó a hurgar ansiosamente en sus bolsillos. Ísgalis y Tania lo observaban como si hubiese perdido la cordura.

—¡Acá está! ¡Acá está! —gritaba jubilosamente.

—¿Qué, Roderic? ¿Qué ocurre? —preguntó Ísgalis, desconcertada.

—¡El mapa de Eros! —exclamó, desplegando el objeto frente la muchacha—. ¡Nos indica dónde se encuentra la persona que amamos! —Roderic tenía una estúpida sonrisa dibujada en los labios que no podía borrar—. ¿Te das cuenta? Acá está Jayden. Por lo tanto, los niños también deben de estar ahí.

Ísgalis miró al chico con preocupación. Lógicamente, ella no podía ver el punto luminoso, porque esto era algo que estaba reservado sólo a su portador. Sin embargo, a pesar de aquello, algo más la inquietaba.

—Roderic... —dijo la Guardiana, temiendo molestar al muchacho con lo que estaba a punto de decir—. Jayden y los niños no pueden estar ahí.

—Pero, ¿qué estás diciendo? ¡Claro que están acá! Veo claramente el punto dorado en el mapa.

—Entonces, tiene que estar descompuesto o algo parecido —insistió Ísgalis.

—No entiendo. ¿Por qué decís una cosa así?

—Porque esto no es Árdoras —respondió la muchacha, señalando el mapa.

—No, no es posible. Tenés que estar equivocada.

—La cartografía del mapa de Eros se rediseña cada vez, en función del sitio donde se halle la persona amada, con el fin de hacer más precisa la búsqueda —explicó la Guardiana—. Yo no puedo ver el punto de luz dorada que vos ves, pero sí puedo ver el trazado del mapa. Y esto de aquí, no es Árdoras.

La determinación en las palabras de Ísgalis, comenzaron a hacer tambalear las esperanzas de Roderic.

—Pero, si no es Árdoras, ¿qué es? —preguntó acongojado.

—No lo sé. Pero, sea lo que sea, no hay manera de que los chicos estén ahí.

—¡Maldita sea! —profirió Roderic, descargando toda la bronca contenida—. ¡Todo esto comenzó desde que llegamos a este maldito pueblo!

Al oír estas palabras, los ojos de la Guardiana se agrandaron.

—¡Exacto! —prorrumpió—. ¡Tiene perfecto sentido! Cuando llegamos al pueblo, oímos un gigantesco estrépito que venía de las entrañas de la tierra. Y, cuando intentábamos abrir la tumba que hay debajo de la capilla, se produjo el segundo. Tal vez, lo que te muestra el mapa no esté en la superficie. Eso explicaría por qué no podemos reconocer nada de lo que vemos en él —Ísgalis hizo una pausa y se revolvió el pelo ansiosamente—. No sé qué demonios haya hecho temblar la tierra o qué esté pasando, pero estoy segura de que tiene que ver con la desaparición de los chicos.

Árdoras: La Princesa Roja [#2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora