Capítulo 11: Sabia inocencia

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—Este tipo era muy importante o hizo algo muy malo —dijo Roderic al contemplar el fastuoso ataúd emergido del suelo.

—Estoy de acuerdo —asintió Ísgalis—. El lujo del sarcófago es admirable, pero el modo en que fue celosamente ocultado es tenebroso.

—Sí —coincidió el regenerador—. En cuanto llegamos a este lugar tuve un mal pálpito. Es como si el aire estuviese impregnado por una presencia maligna.

Al escucharlos hablar en estos términos, Tania se atenazó a las piernas de Ísgalis. Noel quedó estrujado entre la niña y la muchacha como un muñeco de goma espuma.

—Tengo miedo, Ísgalis —gimoteó.

—No te preocupes, amor —la tranquilizó la Guardiana—. Roderic y yo te vamos a cuidar.

—¿Lo prometés?

—Lo prometo —respondió con una cálida sonrisa.

Roderic caminó unos pasos en dirección al sarcófago y se detuvo.

—¿Qué ocurre? —preguntó Ísgalis.

El muchacho se giró a mirarla y con un movimiento de la mano le indicó que se aproximara. Cuando la joven estuvo a su lado, se acercó a su oído y le susurró:

—Si algo llegara a pasarme cuando abra el ataúd, quiero que tomes a Tania en tus brazos y se pongan a salvo. Váyanse de acá de inmediato y busquen un lugar seguro en el que quedarse. Bajo ningún punto de vista intentes ayudarme, ¿de acuerdo?

Al oír estas palabras, la Guardiana tomó unos centímetros de distancia y lo miró con estupor.

—¿De acuerdo, Ísgalis? —insistió el regenerador.

Sin poder hablar, la muchacha asintió con la cabeza.

—Muy bien —dijo Roderic—. En ese caso, por favor, tomen unos metros de distancia mientras muevo la tapa.

Ísgalis y Tania retrocedieron, al tiempo que Roderic se aplicaba a la peligrosa tarea de descubrir lo que ocultaba el sarcófago.

Cuando la tapa cayó al suelo, se produjo un fenomenal estruendo que retumbó en toda la bóveda y a ello le siguió un silencio infinito.

Ísgalis había cerrado involuntariamente los ojos, por temor de lo que pudiese ocurrir con Roderic, pero para su fortuna, cuando volvió a abrirlos, vio que el regenerador se erguía intacto junto al ataúd de piedra. Su corazón rebosaba de un enorme júbilo que apenas podía disimular.

—Tenés que ver esto, Ísgalis —dijo Roderic, de espaldas a la muchacha, sin poder apartar la mirada del interior del féretro.

Cuando la Guardiana se aproximó, vio que dentro del sarcófago se hallaban los restos de la gigantesca muda de piel de una criatura que desconocía.

—¿Tenés alguna idea de lo que sea esto? —preguntó el muchacho desconcertado.

—No, en absoluto —alcanzó a responder Ísgalis, estupefacta.

—Creía que sólo las serpientes tenían la capacidad de mudar de piel —farfulló el regenerador—. Sea lo que sea, es muy grande y, a juzgar por el aspecto de los restos de la muda, también es horrendo.

—Me parece ver algo entre los restos de piel —dijo Ísgalis, estirando la mano y hurgando en el interior del ataúd.

En efecto, de él extrajo una filosa daga de acero mienandita, en cuyo mango estaba tallada la cabeza de un animal.

—¿Qué es lo que representa la figura del mango? —inquirió Roderic.

—Es la cabeza del Uqbar. Estoy segura —respondió Ísgalis—. Es tal cual se lo describe en las viejas leyendas.

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⏰ Última actualización: Jul 23, 2020 ⏰

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